XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 13, 24-32: Teología del fracaso

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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 "El sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo. Entonces verán venir al Hijo del Hombre”... San Marcos, cap. 13.

 

"Sólo es Todopoderoso puede juzgar el fracaso", nos dice Morris West. Una verdad muy conveniente cuando nos llegan horas amargas. Momentos en que el mundo se nos ha venido encima.

"Ha muerto el hijo que era nuestra esperanza". "Antes nos comprendíamos; ahora estamos viviendo un infierno". "Puse en el otro mi confianza; y me paga de este modo”... "Nunca creí bajar tan hondo; pero ya no tengo remedio”... "El abogado luchó hasta lo último, pero siempre lo condenaron".

 

Son los embates crueles del fracaso, del despojo, de una pobreza trágica, de una verdad irremediable. Algo semejante a lo descrito por los evangelistas, con hipérboles muy orientales, en el Evangelio de hoy. Le hablan a la comunidad cristiana de las tribulaciones que quizás ya ha sufrido la Iglesia. "El sol se hará tinieblas, las estrellas caerán del cielo".

 

Pero el Señor nos invita a descifrar los signos de los tiempos. Aquellas circunstancias que señalan la venida del Hijo del Hombre, a pesar de  todas  catástrofes.

 

San Marcos dice que el verdor de la higuera anuncia la primavera próxima. Y san Mateo añade que el color del cielo predice el verano y las lluvias.

 

Comprendemos entonces desde la fe que  cuanto más oscura la noche, está más próxima la luz. Que mientras más nos abrume la vida, Cristo está más  cerca.

 

Los cristianos nos distinguimos siempre por una fuerza de esperanza. No caminamos despreocupadamente, como afirmaba Nietzsche, sobre los campos de batalla, con una flor entre los labios. Somos sujetos pacientes y dolientes de todas las catástrofes humanas, pero nunca dejamos extinguir la confianza. En todos los calvarios adivinamos la alegría luminosa de la resurrección. No afirmamos que los dolores y tragedias son el único escenario para el advenimiento del Señor. Pero nos consta de la costumbres de Dios: Como el buen samaritano se detiene para aliviar al que está caído en el sendero. Igual que el Buen Pastor,  deja las noventa y nueve ovejas para buscar la extraviada. O como el peregrino de Emaús, se junta con los desconsolados en el camino, para darle sabor a sus desabridos pensamientos.

 

En cada noche podemos encontrar su palabra segura, su mano que apoya la nuestra, el calor de su amistad y su cercanía que es descanso.

 

Alguno que había sufrido mucho escribió para nosotros: "Durante 30 años, caminé en busca de Dios, y cuando al final abrí los ojos, descubrí con sorpresa que era El quien andaba buscándome". Quienes han madurado en la fe se saben de memoria la teología del fracaso.