Solemnidad: Jesucristo, Rey del Universo, Ciclo B.
XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 18,33b-37: Cuando decimos rey
Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto)
“Jesús
le contestó a Pilatos: Tú lo dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto
he venido al mundo”. San Juan, cap. 18.
Hay un libro de un fraile
español, que nos explica los diversos nombres con que la Biblia se refiere a
Jesús. Le llama Monte, Camino. Esposo, Retoño, Rey de reyes...
Pero decía con razón un
filósofo que las palabras son apenas pobres vasijas, incapaces de contener
nuestras ideas y nuestros sentimientos.
Decimos Rey y sentimos que
la palabra nos puede llegar contagiada de dominio, ambición, prestigio humano,
vanidad, paternalismo, derroche, anacronismo...
Sin embargo cuando hablamos
de Dios, podemos tomar esa pequeña palabra de tres letras y llenarla de un nuevo
contenido, el auténtico signo de unidad y destino común.
El reinado de Cristo es
presencia, comprensión, conocimiento, previsión, sencillez, renovación,
servicio.
De hecho, por extraño que
parezca, todos anhelamos un rey. Buscamos a alguien que penetre en nuestra
intimidad, respetándola. Alguien que nos permita seguir siendo nosotros, pero
que nos ilumine desde fuera. Alguien con una inmensa capacidad de perdón. Pero
alguien, a la vez, que nos exija y nos proyecte. Alguien que nos acoja dentro de
un grupo que avanza hacia el futuro.
A veces creemos haber
encontrado, al rey. Y cómo buenos súbditos, obedecemos, pagamos tributo,
colaboramos, difundimos su ideología y extendemos su Reino. Pero de pronto, nos
encontramos dentro de un reino que no nos satisface: Un amor absorbente nos
destruye. Una ambición desmedida nos consume. Un trabajo sin sentido nos
despersonaliza. El egoísmo nos aísla. La infidelidad nos separa.
Verificamos nuestra
equivocación pero el ansia persiste.
Sin embargo, existe un rey
único, el que hace preguntar a Pilatos: "¿Eres tú el Rey de los judíos?.
Sin pretenderlo, el
procurador romano nos anuncia la realeza de Cristo. Aunque su Reino no es de
este mundo. No porque ignore las condiciones humanas, sino porque presenta una
dimensión más amplia.
Cristo, nuestro Rey,
nos permite ser nosotros mismos:
-Zaqueo, baja pronto porque conviene que hoy me hospede en tu casa.
Penetra en nuestra
intimidad: Cinco maridos has tenido y el
que ahora tienes no es marido tuyo.
Nos ilumina desde fuera:
Señor, veo que eres un profeta.
Posee una inmensa capacidad
de perdón: Tampoco yo te condeno. Vete y
no peques más.
Nos exige y nos proyecta:
Yo os haré pescadores de hombres.
Nos sitúa en el grupo de
sus amigos, gente de avanzada en el
Evangelio: Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os he mandado.