¿Cuánto vale tu casa?

Domingo de VI de Pascua, Ciclo C

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

Sitio Web

 

 

“Dijo entonces Jesús a sus discípulos: La paz os dejo, mi paz os doy. No os la doy como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón”. San Juan, cap. 14.

La historia universal, afirma un pensador, se reduce al recuento de inacabados conflictos. Desde Caín y Abel hasta la Guerra de las Galaxias. Démosle entonces la razón a Thomas Hobbes, un filósofo inglés del siglo XVII: “El hombre es un lobo para el hombre”.

Sin embargo en nuestro corazón alienta, como una llama inextinguible, un deseo de paz y de concordia que tantos fracasos no logran extinguir.

El Señor Jesús, perito en humanidad como el que más, la noche de su despedida les deseó a sus discípulos una vida próspera y serena, al decirles: “La paz os dejo, mi paz os doy”. No les entregaba entonces un obsequio del cual ellos podrían disfrutar enseguida. Les señalaba más bien las herramientas para construir una paz verdadera.

Ya el mundo antiguo había comerciado tanto con la paz, que Jesús mismo ve la necesidad distinguirla de las acostumbradas falsificaciones: “No os la doy como la da el mundo”.

Sin embargo no podemos exigirle a san Juan que nos dejara un tratado completo sobre el tema. Mucho más si el mismo Señor, la víspera de su muerte, tampoco ofreció una tesis magistral.

Cincuenta o más años después de la muerte del Maestro, el evangelista hilvanaba en forma desordenada, sus recuerdos. Mientras tanto, un escriba copiaba sobre papiro o pergamino, las palabras del apóstol.

Había dicho el Maestro: A quienes se mantengan en mi amistad, a quienes vivan de verdad un amor nuevo, a todos ellos les bañará el alma una paz sinigual e inconmovible. Una serenidad interior, compatible con las dificultades y tropiezos de esta vida.

Cabría entonces enumerar una serie de acciones de paz, muy cotizadas en la bolsa de valores del Señor Jesús: No responder con violencia a la violencia. Respetar las opiniones ajenas. Valorar lo bueno de los demás. Agradecer oportunamente los favores. No herir a nadie con hechos, ni con palabras.

Desde tiempos antiguos, los hebreos se han saludado deseándose paz, con un vocablo suave y entusiasta: “Shalom”. Pero esta palabra no equivale solamente a un pacto de no agresión. Denota a la vez el bienestar de una existencia cotidiana, en convivencia con Dios, consigo mismo, con los demás, con la naturaleza. Una paz que cada uno de nosotros puede y debe fabricar desde su hogar y proyectarla a su alrededor. Otros deberán construirla en comités de altísimo nivel, donde se decide la suerte del mundo.

Los dioses del antiguo Egipto, de Sumer y Acad, de Canaán, de Grecia integraban las guerras como parte de su tarea divina. Los judíos, por su parte, consideraban un deber religioso la lucha contra los invasores de su territorio.

Pero el Maestro desbarata esos esquemas, cuando nos dice: “Amaos los unos a los otros, como yo os amado”.“A quien te golpee una mejilla, ofrécele también la otra”.

¿Cuánto vale tu casa?. Podríamos mirar su ubicación, la solidez de sus muros, sus acabados. O bien, si protege valiosos electrodomésticos, preciosos muebles, obras de arte. Vale sin embargo preguntar: ¿Allí encuentras amor, ternura, comprensión? En fin: ¿Tu casa es un recinto de paz dinámica, comunitaria, gratificante?