I Domingo de Adviento, Ciclo C.
San Lucas 21, 25-28. 34-36: Nuestra infinita sed
Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto)
"Entonces
verán al Hijo del hombre... Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra
liberación”.
San Lucas, cap. 21.
“Todo el mundo es
prisiones”, escribió Francisco de Quevedo. Y otro escritor añade: “La cáscara es
la cárcel de la nuez, el tonel es la cárcel del vino, la piel es la cárcel del
cuerpo e incluso, tal vez, el cuerpo es la cárcel del alma”. Y a muchos de
nosotros nos encierra otra prisión, la del mal. Al que llamamos pecado,
ignorancia, enfermedad, dolor y muerte.
Hoy empieza el
Adviento, cuando aparece la figura de Jesús como el Mesías Liberador:
"Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación”, nos dice el
evangelista.
A todos nos tortura
una infinita sed de libertad, la cual buscamos por todas
partes: En la independencia política, en la ciencia, en el desarrollo, en
ideologías foráneas, en el dinero, en las diversiones. Pero la verdadera
libertad del hombre sólo se encuentra en Jesucristo.
Un apologista del siglo IV
escribió que la religión cristiana es el lugar donde la libertad ha escogido su
domicilio. Si un día el corazón humano eligió libremente amar a su Señor,
comenzó a sentir que sus cadenas se rompían.
¿Pero hemos sido
totalmente libres alguna vez? ¿Todavía nos esclavizan muchas cosas? ¿Luchamos
por ser libres o nos hemos dejado masificar? ¿Esclavizamos al otro,
poniéndolo a nuestro servicio? ¿Puede acaso ser libre quien lesiona los derechos
ajenos?
Cuando Jesús se
presenta en la sinagoga de Nazaret y enuncia su programa, señala que ha venido
“a dar la libertad a los oprimidos, a proclamar el año de gracia del Señor”.
Pero es extraño que, cuando
hacemos uso de la libertad, de inmediato nos atamos a algo. Si optamos por el
matrimonio, quedamos ligados para siempre al ser amado. Tomamos un avión y
estamos sujetos a su destino. Escogemos libremente una profesión y dependemos de
ella todo el resto de nuestra existencia.
Comprendemos entonces
que ser libres, en un contexto cristiano brota de haber elegido al Señor,
tomando partido por los valores del Evangelio. Advierte san Lucas: “Tened
cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del
dinero y se os eche de repente el día final. Manteneos en pie junto al
Señor”. Y el evangelista continúa, en un estilo apocalíptico, hablando de
guerras y desastres. Pero señala de inmediato al Mesías como el vencedor
de tantas catástrofes. Sólo el Señor puede salvarnos cuando hemos comprobado que
nuestra vida se ha convertido en ruinas.
Sin embargo, muchos
cristianos pudieran contarnos: Yo vivía prisionero en mis rencores. Me acerqué
al Señor y él me ayudó a vencerlos. Yo estaba cautivo por los vicios.
Volví a rezar y ahora soy libre. El sexo me esclavizó durante muchos años.
Regresé a los sacramentos y me siento noble y fuerte. Los
remordimientos carcomían mi vida. Ahora soy un hombre nuevo por la presencia de
Jesús. Y un enfermo terminal añadiría: Ya no temo la muerte.
“A ti, Señor -
clamaba el salmista - levanto mi alma. El Señor es bueno y recto y enseña el
camino a los pecadores”.
Que en el camino de
Belén descubramos la única ruta que conduce hacia la verdadera libertad.