I Domingo de Adviento, Ciclo C.
San Lucas 21, 25-28. 34-36: De camino al encuentro
Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto)
“Dijo
Jesús: Cuando empiece a suceder todo esto, levantaos, estad siempre despiertos,
manteneos en pie ante el Hijo del hombre”. San Lucas, cap. 2l.
“Me voy al que viene”
fueron las últimas palabras del Padre Theilard, aquel sabio jesuita, experto en
humanidad y probado en muchas peripecias. Una frase que podría explicar la vida
de un creyente: El caminar de dos que se aman, hacia un cara a cara definitivo.
Cada cultura y cada
religión describen, a su modo, este encuentro con Dios. Los evangelistas, además
de añadirle oscuras tintas, lo comparan con el retorno de la primavera a una
tierra ansiosa. Con un rey que llega a visitar su reino. Y también con el amo
que regresa, mientras sus criados lo esperan vigilantes.
El Señor nos dice que para
aguardar su venida, es necesario levantar la cabeza, estar despiertos,
mantenernos en pie a fuerza de esperanza.
La Iglesia separa cuatro
semanas de su calendario para situarnos en esta expectativa. Hemos de
prepararnos a la Navidad, añorando encontrarnos con Dios.
“Tú, Señor, me has quitado
el miedo a morir” declara en su última hora, Macrina, la hermana de san Gregorio
Niceno. “No me impidáis vivir ni deseéis que muera”, les dice a sus fieles san
Ignacio de Antioquía, condenado las fieras, trastocando el sentido de esos
verbos. “Ven, muerte tan escondida, que no te sienta venir - escribe santa
Teresa- porque el placer de morir no me vuelva a dar la vida”.
Sin embargo, yo pido la
palabra en nombre de tantos hombres y mujeres a quienes nos aterra el morir. Me
da derecho a hacerlo el miedo de Jesús en el Huerto de los Olivos. “Entonces,
anota san Marcos, empezó a sentir pavor y angustia”.
Pero existe un secreto para
hacer dulce y amable ese encuentro final. Es ensayar otros encuentros previos
con el Señor Jesús. Tales se pueden dar en el recinto de la conciencia. Aunque a
veces la de algunos cristianos se parece a nuestras discotecas: Llenas de luces
ofuscantes y aturdidas de ruido, donde es imposible distinguir a un amigo y
menos aun escucharlo.
Nos encontramos también con
el Señor en la comunidad cristiana. La que se congrega en el hogar y expresa su
fe, su amor y su esperanza. La que acude a los templos, para descubrir el
sentido de la vida e iluminar el misterio de la muerte.
Nos encontramos con El
cuando extendemos la mano a los necesitados. “Cuanto hicisteis a uno de estos
hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”, nos dice san Mateo en su
página sobre el juicio final.
La gran pregunta que todos
nos hacemos: ¿Quién soy?, equivale en el fondo a otras dos igualmente
cuestionantes: ¿De dónde vengo? ¿Hacia donde me conduce la vida? Somos cañas que
piensan, pero además somos caminantes. Y es el mundo, añade un autor, una
tupidísima red vial. Aún la vida sedentaria consiste en un viaje incesante, para
hacer realidad las ilusiones. Por esto, desde la fe, interpretamos los pecados
como caídas, los malos hábitos como extravíos, la Eucaristía como viático, la
conversión como un cambio de rumbo.
Y si queremos culminar con
éxito este viaje, hemos de levantarnos, estar despiertos, y mantenernos en pie
con valentía.