II Domingo de Adviento, Ciclo C.
San Lucas 3, 1-6: Ingeniería del alma
Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto)
“Vino
la palabra de Dios sobre Juan y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando:
Preparad el camino del Señor. Elévense los valles. Desciendan los montes y
colinas”. San Lucas, cap.3.
“Solo, sin casa, sin
tienda, sin nada suyo fuera de lo que llevaba encima. Envuelto en una piel de
camello, ceñido por un cinturón de cuero. Alto, adusto, huesudo, quemado por el
sol. La cabellera larga, la barba cubriéndole casi el rostro. Bajo las cejas
tupidas, dos pupilas hirientes”... Así describe Papini a Juan, el Precursor.
San Lucas nos lo presenta
en la ribera oriental del Jordán, y señala además la fecha de su aparición: “El
año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilatos gobernador
de Judea, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás.”
La predicación del Bautista
resuena sobre aquella arisca geografía, donde el Jordán bordea colinas rocosas y
pequeños valles desolados. Allí confluyen varios caminos, que cruzan el río en
un angosto vado, para alcanzar el territorio que hoy llamamos Transjordania.
¿Qué anunciaba Juan?. Ante
todo la proximidad del Mesías. De padres a hijos, los judíos seguían
transmitiéndose la esperanza de un profeta que viniera a remediar todos sus
males. Pero en muchos ya se había apagado esta esperanza.
No sabemos si el hijo de
Zacarías e Isabel conoció de antemano a Jesús. El Evangelio sólo cuenta de
aquellas dos mujeres que se encontraron en las montañas de Judá. Ambas
aguardaban un hijo. María, la Virgen y su prima, una anciana ahora encinta por
la promesa de Yahvé. San Lucas solamente nos dice: “Vino la palabra de Dios
sobre Juan”.
Pero la presencia del
Mesías en su pueblo tría una exigencia: La conversión, que Juan explicaba con un
texto de Isaías: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. Elévense
los valles, desciendan los montes y colinas. Y todos verán la salvación de
Dios.”
Esas palabras del profeta,
consignadas en su Libro de la consolación de Israel, sonaban bien sobre la
agreste geografía que el Precursor señalaba con el dedo, invitando a sus oyentes
a una especie de ingeniería del alma. La cual traduce la Iglesia en sus
plegarias de Adviento: “Señor, abaja los montes y las colinas de nuestra
suficiencia. Levanta los valles de nuestros desánimos y nuestras cobardías”.
Toda fe comienza por la
comprobación de nuestra pequeñez. Entonces aceptamos que existe Otro. Otro
infinito que, según la revelación de Jesús, nos ama de manera infinita. Entonces
comenzamos a caminar de su mano.
Esta ingeniería del alma
incluye destruir muchas cosas y a la vez añadir otras tantas, en nuestra
práctica cristiana. Que cada uno de nosotros identifique aquello que estorba la
llegada de Dios Que cada uno conozca qué elementos le faltan para que el Señor
tome posesión de su vida.
Si examinamos nuestra vida,
comprobaremos que somos apenas principiantes. Pero Juan es el profeta de los
inicios. Nos motiva a dar el primer paso. Bastará levantar un momento el corazón
a Dios. Bastará apartar una piedra del camino. Poner sobre nuestro sendero una
obra buena. Purificar de rencores la memoria. Desear ser distintos en este
tiempo de diciembre. “Y el Señor te guiará en la alegría, con su justicia y su
misericordia”, como dice el profeta.