II Domingo de Adviento, Ciclo C.
San Lucas 3, 1-6: Hemos disminuido la esperanza
Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto)
"Una
voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor. Y todos verán la
salvación de Dios". San Lucas, cap. 3.
Un estudiante termina
su examen, entre preocupado y alegre, y se va repasando las respuestas. A esto
lo llamamos esperanza. Un desempleado entrega su solicitud y empieza a aguardar
la llamada de la empresa. A esto lo llamamos esperanza. Un ambicioso compra el
billete de lotería y comienza a fabricar castillos en el aire. A esto
lo llamamos esperanza. Pero en Navidad, es bueno mirar más allá de estos anhelos
pequeños y temporales. Porque los discípulos de Cristo somos profesionales de
una esperanza mayor, total y plena.
El Evangelio nos habla de
“elevar los valles, allanar los montes y colinas, enderezar los caminos
torcidos”... Toda una ingeniería espiritual, que nos ayudará a proyectar nuestra
esperanza hacia cosas más altas, sin descuidar las pequeñas y ordinarias.
Pero cuando el
cristiano alcanza cierto ideal religioso, ya no aguarda de Dios sus
bondades. Espera a Dios. “No quiero tus dones, no. Lo que yo quiero es a ti”,
como dijo el poeta. Lo cual no se alcanza únicamente por nuestro humano
esfuerzo. Es una hermosa y misteriosa conciliación de dos actitudes: Del amor de
Dios y de nuestra correspondencia. Somos siervos inútiles, pero El ha querido
hacernos a la vez, a la vez, siervos indispensables.
En esta espera del
Señor, el verdadero discípulo no aguarda maravillas. Bruce Marshall en su
novela "El Milagro del Padre Malaquías", hace decir a un cardenal: "A la
Iglesia de Cristo no le gustan mucho los milagros. Una fe auténtica se
complace más bien en esas cosas simples que Dios realiza para nosotros
diariamente.
Cosa simples que,
para el creyente, son lenguaje cifrado que le descubre al amoroso autor. No es
menos divina y paternal la providencia rutinaria del Creador en cada semilla, en
cada cuna, en cada amanecer, en cada pacto de amor, en cada conciencia.
Providencia que puede parecernos usual y gris, pero que madruga cada día a
alimentar los pájaros y a vestir los lirios. Sobre ella se apoya nuestra
esperanza fatigada e inerme, que no cesa de rezar el Padrenuestro en medio de
muchas distracciones.
Todo este
descubrimiento del Dios de las bondades y de las bondades de Dios comenzó en la
primera Navidad. Ahora nos toca pintar con estos viejos colores de Belén
todo este mundo dolorido y enfermo. En otros términos, es necesario regresar a
Dios
Elevamos los valles
cuando levantamos las manos y el corazón para suspirar por un mundo nuevo, bajo
la luz del Evangelio. Allanamos los montes y colinas, si renunciamos a
nuestro orgullo y capitulamos de tantos egoísmos. Enderezamos los caminos
torcidos cuando regresamos a la oración y los sacramentos.
El Señor nos invita a
acercarnos a la Iglesia. Entonces se hará realidad nuestra esperanza.
“Esta es nuestra confianza escribía san Pablo a los filipenses: Que quien
ha inaugurado una empresa buena entre nosotros la llevará adelante hasta
el día de nuestro encuentro con Cristo Jesús. Llegaremos entonces
irreprochables y cargados de frutos de justicia “.