III Domingo de Adviento, Ciclo C.

San Lucas 3,10-18: A oscuras bajo la luz

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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 “En aquel tiempo la gente preguntaba a Juan: ¿Entonces qué hacemos?. El les contestó: El que tenga dos túnicas que se las reparta con el que no tiene”. San Lucas, cap. 3.

Los profetas de ayer y de hoy amenazan en público a sus oyentes, prometiendo castigos y catástrofes. Pero en privado acogen con distinto semblante a los discípulos, para indicarles caminos de transformación. Juan, el Bautista, no fue una excepción a esta regla.

Sus amenazas se enmarcan en el contexto campesino de Israel. Al llegar la cosecha, los segadores amontonaban las espigas en la era, y luego de la trilla, recogían el buen grano en espuertas y arrojaban la cascarilla al fuego. Decía el precursor: “Ya el Señor está listo para aventar la paja y recoger el trigo en su graneros”. Y añadía: “El hacha está tocando el pie de los árboles. Todo el que no da fruto será cortado y arrojado al fuego”.

Gente numerosa acudía de los pueblos cercanos para escuchar a Juan: Fariseos y saduceos, sacerdotes provenientes de Jerusalén, recaudadores de impuestos, mercenarios judíos. Un auditorio variado y multicolor, atraído por la voz de un profeta que volvía a resonar en Palestina, después de tantos siglos de silencio.

Muchos se sentían aludidos por la palabra la palabra ruda del Bautista: ¿Serían ellos trigo maduro, o paja destinada a la hoguera? ¿Los salvarían del fuego sus buenas obras?

Cuenta san Lucas que algunos se acercaron preguntando: ¿Entonces qué hemos de hacer? El respondió: El que tenga dos túnicas que se las reparta con el que no tiene. Y el que tenga comida haga lo mismo. También lo interrogaron unos publicanos. Juan les dijo: No exijáis más de lo establecido. Y a unos soldados: No hagáis extorsión a nadie, sino contentaos con la paga.

Dos elementos de cambio señala aquí el Bautista: Honradez y generosidad, las cuales también van en nuestro caso.

Estas dos actitudes, iluminadas por el Evangelio, han de ayudarnos a construir la alegría de esta Navidad. Porque en durante el Adviento, muchos cristianos vivimos en dos niveles contradictorios: Decoramos con luces nuestro hogar, mientras por dentro seguimos a oscuras. Saludamos alegremente a todos, pero el remordimiento nos corroe el alma. Compartimos con aquellos que nos aman, pero olvidamos ayudar a los que nada tienen.

Nos dice una leyenda que uno de los pastores que acudió a visitar a Jesús recién nacido, era un muchacho ciego. Sus compañeros lo llevaron de la mano al portal. Y allí, bajo la luz de las estrellas y el cantar de los ángeles, el pastorcito no dijo nada y el Niño Dios no curó su ceguera. Pero arrodillado junto a sus compañeros, sintió que una alegría infinita le inundaba el alma.

La siguiente mañana regresó a su majada, a oscuras bajo la luz, llamando las ovejas al son de su gastado caramillo. Pero su vida era distinta. De allí en adelante todos le llamaron El Dichoso.

En Navidad suceden muchas cosas, si le hacemos caso al Señor. Continuaremos en la penumbra de esta tierra, pero ya seremos distintos. Y esa alegría que hoy rueda por calles y plazas, la que una noche nació en Belén, nos contagiará el alma para siempre.