III Domingo de Adviento, Ciclo C.

San Lucas 3,10-18: Al menos un paso

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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 “La gente le preguntaba a Juan: ¿Entonces qué hacemos? El contestó: El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene”... San Lucas, cap. 3.

Miles de horas de vuelo, infinitos esfuerzos de muchas abejas, para que una gota de miel pueda ser depositada en el panal.

Millones de años, enormes cataclismos, hielo y fuego, hasta que un diamante logra cuajar en la oscuridad del socavón.

Una maravillosa trabazón de nervios y de músculos, un largo proceso inexplorado, antes que un niño alcance a balbucir su primera palabra.

Multiplicados factores que coinciden. Recuerdos de infancia y experiencias de adulto. Imágenes y ejemplos, fuerzas ocultas del inconsciente, antes que la mano de Dios empiece a despertar el arrepentimiento sobre el corazón de un creyente.

Dentro de este marco existencial, donde las grandes cosas se realizan poco a poco, todos estamos invitados a avanzar. Al menos un paso. A escribir una línea más en nuestro diario. A podar una rama seca en nuestro bosque. A consentir un deseo elemental de inocencia, el toque inicial de la conversión.

Las gentes acuden al Bautista.

Unos le preguntan: ¿Entonces, qué hacemos? El les responde: El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el pobre. Y el que tenga comida, haga lo mismo.

Le preguntan unos publicanos: ¿Maestro, qué hacemos nosotros? El responde: No exijáis más de lo establecido.

Unos soldados lo interrogan: ¿Qué hemos de hacer? No hagáis extorsión a nadie, les dice, no os aprovechéis de la gente con denuncias.

En momentos de sinceridad nosotros también nos hemos preguntado: ¿Qué hacemos? El Bautista, quien a pesar de su ruda corteza, es heraldo del amor de Dios, pone el dedo en nuestra llaga y nos señala un programa concreto.

Tradicionalmente nos presentaron la conversión como algo extraordinario y repentino, aunque de ordinario no es así.

San Pablo se convierte en un momento. Paul Claudel recibe de repente la luz de Dios. Pero lo nuestro sucederá de otra manera, sin conculcar las leyes psicológicas.

De nosotros aguarda el Señor una simple actitud que le dé nuevo rumbo a nuestra vida, que realice la comunión con quienes nos rodean.

Probablemente una conversión así no nos halaga. Nunca será noticia. Nadie la advertirá, sino por esa paz y esa alegría que se nos traducen en el rostro.

No obstante, creamos en la eficacia de estos humildes comienzos. Empecemos a preparar la llegada de Cristo, a base de detalles ordinarios. Como saludar amablemente, cumplir los compromisos, ser fieles a nuestro deber diario, hacer que los demás estén contentos. Como leer un libro que nos hable de Dios, agradecer, mirar con esperanza el futuro, convencernos y convencer a otros, de la presencia de Jesús en nuestra historia.