Solemnidad: Natividad del Señor

Misa de medianoche (Misa de Gallo)

San Lucas 2, 1- 14: Sin lugar en la posada

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto) (Q.E.P.D)

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 Mientras estaban allí, le llegó a María el tiempo del parto y dio a luz a su primogénito… porque no tenían sitio en la posada”. San Lucas, Cáp. 2.

 

Apenas un adverbio: “Mientras estaban allí, a María le llegó el tiempo del parto”. El evangelista indica así a Belén. Pero todos los pesebres del mundo revistieron el lugar de coloridas circunstancias: Una gruta, un establo, el pesebre donde alguien guardaba dos bestias mansas. “Porque no tenían sitio en la posada”, continúa san Lucas. Martín Descalzo describe el “khan” oriental de ayer y aún de hoy, como un patio cuadrado, rodeado de altos muros. En el centro solía haber una cisterna, en torno a la cual se amontonaban camellos, asnos y ovejas. Los viajeros, acostumbrados a la intemperie en muchas circunstancias, dormían en cobertizos, o bien campo raso.

 Es de suponer que José tenía en Belén amigos y parientes. Pero con motivo del censo, las casas de familia y aun los albergues estarían al tope.

Espacio siempre había en las posadas orientales para uno o más huéspedes. Sitio físico sí, pero María y José buscaban ante todo privacidad y silencio. Entonces allí, sobre un reducido espacio geográfico, se cruzaron el paralelo de nuestra pequeñez y el meridiano de la infinita bondad de Dios. Diversas tradiciones adornaron este pasaje, señalando que la pareja nazaretana, mendigaba hospedaje de puerta en puerta y era rechazada. Los tomarían por maleantes entre tantos forasteros que atiborraban el poblado. De allí nació la piadosa práctica de “Las Posadas”, donde se ora y se consideran las incomodidades de José y María. Comparando a la vez, la actitud de los habitantes de Belén con nuestras fallas ante el amor de Cristo.

Pero en relación al misterio de la Natividad, es preferible otra lectura, más simple y por lo tanto más teológica: Dios se hizo hombre en unas circunstancias comunes y corrientes. Que ese Niño era el Mesías, anunciado por los profetas, el Verbo eterno, La Segunda Persona de la Santísima Trinidad, consustancial con el Padre…es un lenguaje posterior tomado de la reflexión comunitaria. Al comienzo de toda esta maravilla hubo únicamente una pareja joven, buscando sitio para pasar la noche, luego de varias jornadas de camino.

Belén era entonces un pequeño poblado de unas doscientas casas, apiñadas sobre un cerro. En las colinas próximas los bancales de olivos se abrían paso entre las rocas. Aquí y allá, higueras y más lejos, viñedos y trigales. Igualmente rebaños. Pero Belén, “capullo de rosa, prendida sobre la airosa, capullo de la madrugada, capital de la alegría, esquina do la hidalguía de Dios desposó mi nada”, existe en el corazón de cada creyente. Cuando niños edificamos allí esa aldea de modo indestructible, con trozos de inocencia y jirones de ilusión, que una fe elemental ató a nuestra historia. Y allí regresamos cada Navidad, aunque sea cojeando, desde parajes muy distantes, donde hemos padecido hambre y sed.

La fiesta de hoy nos invita a abrir el corazón para hospedar a Dios. Más tarde Jesús les dirá a sus discípulos: “Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre le amará y haremos morada en él”. Y abrir el corazón quiere decir mantener presente al Señor, cultivar con Él una amistad irrompible. Significa vivir al estilo de Jesús, haciendo el bien, como él nos dio ejemplo.

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