IV Domingo de Adviento, Ciclo C.

San Lucas 1,39-45: Camino de Ain-Karim

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judea. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel”. San Lucas, cap. 1.

Con excepción de la franja marítima, toda Judea es región montañosa.

Al contarnos la visita de Nuestra Señora a Isabel, el evangelista no se preocupa por señalarnos a dónde va María. Nos dice solamente que va "aprisa a la montaña".

Sale de Nazaret muy temprano. Desciende a la llanura de Esdrelón. Después atravesaría los montes de Samaria, por Siló, hasta llegar a Jerusalén. Ya faltan únicamente seis kilómetros. Desde allí, el camino se retuerce hasta Hebrón y enseguida descubre a Ain-Karim, sobre la falda del monte.

No menos de cuatro o cinco días de peregrinación. Posiblemente la Virgen cabalgaría un asnillo —los borricos aparecen en muchas escenas bíblicas—, o a pie, como pobre, para visitar y atender a su prima Isabel, quien a pesar de su edad, va a dar a luz un hijo.

En los últimos años, especialmente con el Papa Juan Pablo II, la Iglesia va de visita por todos los lugares de la tierra.

Así cumple su misión y realiza los planes de Cristo.

Como Nuestra Señora, la Iglesia no puede estarse en casa. No tiene morada permanente y lleva por uniforme un par de sandalias y un bordón.

Sin embargo, muchos la quisieran estática, meramente asistencial, compañera de nuestra timidez. Desearían que nunca se arriesgara más allá de los ghettos y las seguridades.

Pero a la Iglesia, que es madre universal, le pesa en el alma la preocupación por todos los hombres.

Le duelen lo mismo los achaques de sus prelados ancianos, que el hambre de tantos niños del África, o el analfabetismo de muchos en América Latina.

Le golpean los hacinamientos de Hong Kong, la desnutrición de los campesinos bolivianos y los crecientes problemas de la civilización socio-industrial.

Tiene que proveer a la buena marcha de los seminarios, a la expansión del Evangelio en los lugares de Misión, al equilibrio entre la justicia y la paz y a la administración de sus bienes. Y mientras tanto, debe descifrar los signos de los tiempos.

Es una madre muy atareada y solicita.

Cuando decimos Iglesia, casi siempre pensamos en jerarquía. Pero todos los bautizados conformamos la Iglesia: Obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Somos Iglesia todas las fuerzas vivas de esta comunidad de Jesús que queremos poner por obra sus programas.

Si algunos nos quedamos al margen, la Iglesia nunca podrá atender a todos sus quehaceres: Muchos jamás contemplarán el rostro de Cristo. Muchos nunca podrán oír su voz.

Cada creyente está invitado a bordear la montaña de Samaria, para decirle al mundo: "Alégrate, porque el Señor hizo en mí maravillas".