IV Domingo de Adviento, Ciclo C.

San Lucas 1,39-45: La Virgen va de viaje

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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"María se puso en camino y fue aprisa a la montaña; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel". San Lucas, cap.1. 

A 3.265 metros de altura sobre una cumbre de los Alpes, Juan Pablo II bendijo, hace algunos años,  una imagen de Nuestra Señora. Bajo el frío y la nieve, el papa enviaba al mundo este mensaje: "Hacia ella, María, dirijan su mirada llena de amor y de esperanza todas las Iglesias, todas las tierras, todos los hombres". 

Y en Navidad, todos los creyentes volvemos a contemplar a María, la madre de Jesús. Ella que un día se fue de viaje hasta  Ain-Karim donde su prima Isabel, esperaba un hijo. Después iría a Belén, a cumplir el decreto de Cesar Augusto. Más tarde a Nazaret, a Egipto, a Caná, a Jerusalén, a  Éfeso... 

Ella viene a decirnos que fue pobre. El pan era escaso. Nos dirá lo que sabe de ausencia, de angustia, de enfermedad, de la incomprensión de los vecinos, de la soledad de la viudez. Nos contará lo que sintió en  la huida a Egipto, cuando condenaron a muerte a Jesús, cuando se vio desamparada... 

Pero también sabrá sonreír, enjugando una lágrima de gozo, si le preguntamos por la noche de la primera Navidad y por el día de la Resurrección. 

La Virgen María nos enseñará a rezar, a tener fe en Dios a todas horas, a vivir simplemente. 

Su visita nos hará mucho bien. Para algunos será madre que comparte las penas. Para otros vendrá como Salud de los Enfermos y Consuelo de Afligidos. Para muchos como Refugio de Pecadores. Todos necesitamos de su cariño maternal. Para olvidar un pasado que nos todavía nos hiere. Para reconciliarnos con nuestra historia personal. Para soñar un  futuro mejor de honradez y de sinceridad.  

Es tan santo el Señor y tan limpio de culpa el Pesebre de Belén, que quizás no nos atrevamos a acercarnos bajo el fardo de nuestros pecados.  

Pero María tiene sus manos y su ministerio maternal, para engalanarnos el corazón y la conciencia. De lo contrario, no podríamos mirar al Niño de Belén. Ni la bondad de Dios que se refleja en los ojos inocentes de nuestros niños, cuando llega de nuevo Navidad. 

María va de visita a  nuestra casa. Abrirle de par en par la puerta es vivir a plenitud la Navidad.