Solemnidad: Natividad del Señor

Misa del día

San Juan 1, 1-18: La palabra acampó entre nosotros

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto) (Q.E.P.D)

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 En el principio ya existía La Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. San Juan, cap. l.

Los tres primeros evangelistas se preocupan por contarnos qué hizo Cristo. San Juan, por el contrario, nos explica quien es Jesús.

Lo llama la Palabra. Luego nos dice que es la Luz, la Vida, el Agua viva, el Buen Pastor, el Pan, la Vid verdadera...

Los sinópticos buscan, para hilar su relato, las catequesis de la Iglesia primitiva. Juan prefiere ceñirse a sus recuerdos.

Cuenta con precisión "lo que he visto y oído" y luego desarrolla en amplios párrafos sus memorias: Lo que a través de su vida ha descubierto en la persona del Maestro.

Los tres primeros Evangelios abundan en milagros, en hechos y dichos de Jesús. El cuarto Evangelio sólo relata siete milagros y algunos discursos, más elaborados quizás, que insisten sistemáticamente en ciertas ideas principales.

Juan escribió probablemente hacia finales del siglo primero, unos veinticinco años después que los otros evangelistas.

"En el principio ya existía la Palabra y la Palabra era Dios": Así comienza el prólogo de su Evangelio, revelándonos a Jesús cómo Palabra del Padre.

Al considerar nuestras palabras, comprendemos que ellas son el ropaje de nuestros pensamientos. Pero a la vez su habitación, sus alas, su disfraz y su cárcel.

Nunca podremos entonces lograr la forma plena, que revele al hermano nuestras ideas y nuestros sentimientos.

Nacen los sustantivos y de inmediato necesitan un verbo que los lleve de la mano, los proteja y los oriente. Llaman en su ayuda al adjetivo, que los marca y los singulariza. Pero enseguida, para no traicionar el pensamiento, invocan al adverbio. Piden exactitud a las preposiciones, se dan la mano por medio de las conjunciones.

Cuando Dios se hace hombre, Jesucristo, se presenta cómo la Palabra del Padre, pero una palabra que resuena en la tierra.

Aparece cómo hijo de mujer, hermano, peregrino, visitante que acampa entre nosotros, necesitado, vecino, compañero de viaje.

La luz de Dios se revela en Jesucristo. Pero también se opaca. De lo contrario no la podrían soportar nuestros ojos.

La Sabiduría de Dios se reduce a esquemas humanos: Al idioma arameo, al culto israelita, a la geografía de Palestina, al paisaje de Galilea, a la escuela de Nazaret, a la historia que enseña por las tardes Rabí Isacar, añorando el pasado.

La bondad de Dios, para llegar a nuestro entendimiento, se viste de formas humanas. Su belleza se esconde detrás de la hermosura limitada del mundo, de las cosas. El Creador se nos presenta en la simpatía de un rostro amable, de un gesto oportuno, de una mirada comprensiva.

En el principio la Palabra estaba junto a Dios. Se hizo carne y acampó entre nosotros.

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