La geografía de Pentecostés

Solemnidad de Pentecostés, Ciclos A, B y  C

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“El día primero de la semana, Jesús se puso en medio de los discípulos y exhalando sobre ellos su aliento, les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados”. San Juan, cap. 20.



San Lucas enumera los pueblos representados aquel día en Jerusalén, cuando el Espíritu Santo hizo que los apóstoles entendieran su presencia: “Partos, medos, elamitas, habitantes de Mesopotamia”…Según algunos esos diecisiete nombres equivalen a un recuento geográfico, que recorría de oriente a occidente, el mundo conocido hasta entonces. Otros opinan que el evangelista quiso señalar las diversas lenguas que allí se habrían escuchado, para luego indicar que cada quien oía hablar a los discípulos en su propio idioma.

Pentecostés es un adjetivo griego que significa quincuagésimo. Lo usaban entonces los judíos para nombrar una de sus tres grandes festividades: La Pascua que recordaba el paso del Mar Rojo, la liberación de yugo egipcio. La Fiesta de las Chozas, o de los Tabernáculos, que hacía memoria del pueblo peregrino cuando acampó en Succot, en su peregrinaje hacia la tierra prometida. Y Pentecostés, cincuenta días después de la Pascua. Coincidía ésta con la aparición de la primeras espigas, y aquella se alegraba en la recolección de las mieses maduras. Se ofrecían entonces en el templo panes amasados con harina nueva.

“El día de Pentecostés, señala san Lucas en Los Hechos, llegó del cielo un fuerte viento y cayeron unas como llamas de fuego sobre quienes estaban reunidos”. Allí sintieron los discípulos físicamente algo que el Señor les había expresado, cuando exhalando sobre ellos su aliento, les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. Algo que aún no habían comprendido.

La gente de la ciudad se congregó enseguida al rededor de la casa, donde habían ocurrido cosas tan extrañas. Y todos escuchaban hablar a los seguidores de Jesús en su propia lengua.

Sobre este signo se dan muchas explicaciones. Pudo haber ocurrido al pie de la letra, según lo cuenta el relato. O bien, es un modo figurado de expresar el acercamiento de aquellos hombres, transformados por el Señor, a todos los pueblos de la tierra.

Siglos más tarde, también con el poder del Espíritu, San Cirilo inventará un alfabeto para que los pueblos eslavos conocieran el Evangelio. A comienzos del siglo XVII el padre Mateo Ricci, adaptará la liturgia cristiana a la mentalidad del pueblo chino. En el siglo pasado la beata Teresa de Calcuta se hizo entender de todas las etnias hindúes, por la magia de su apacible sonrisa. Mientras tanto, numerosos misioneros y misioneras, se desvelan ante difíciles gramáticas: Amháric, swahili, khmer, lingala o thai, para anunciar a Jesucristo a otros hermanos.

Comprendemos además que la presencia del Espíritu vence en nosotros las raíces del mal. De acuerdo con lo prometido por Jesús a sus discípulos: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados”.

Podemos entonces acercarnos a esa fuente purificadora del Espíritu de Dios, con las palabras de un himno medieval, atribuido a Inocencio III: “Mira el vacío del hombre, si Tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero”.