Solemnidad: Epifanía del Señor
San Mateo 2, 1-12: Ha nacido una estrella
Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto) (Q.E.P.D)
“Entonces
unos magos se presentaron en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el rey de los
judíos? Hemos visto su estrella y venimos a adorarlo”. San Mateo, cap. 2.
Érase que se era próximo a
una colina, un pueblo pequeñito, partido en dos por una fuente y sombreado por
muchos árboles. Pero todos sus habitantes eran ciegos y aquel bello paisaje
envejecía inútilmente, lejos de tantos ojos marchitos.
Comentaban que aquella
fuente venía contaminada, causando la invidencia de los vecinos. Otros decían
que los culpables de su ceguera podrían ser los vientos del sur. Mientras los
ancianos repetían que esas tinieblas eran un castigo de Dios.
Un día nació un niño que
podía ver la luz y la colina que dominaba el pueblo y la fuente y los árboles,
florecidos por mayo. Pero todos lo tuvieron por loco, manteniéndolo atado, no
fuera a cometer un despropósito.
Sin embargo cuando el niño
creció, logró fugarse a la colina. Y allí una tarde comenzó a gritar: “Mirad a
cielo. Ha nacido una estrella”. Todos aquellos ciegos se llenaron de miedo. A
tientas salieron a buscarlo y, con amenazas, le ordenaron silencio.
Desde entonces nada sucedió
en aquel pueblo, que continuó muriéndose de olvido, cercado de fantasmas.
En el pasaje de los Magos,
que cuenta san Mateo, el verbo ver se repite con insistencia: “Hemos visto su
estrella”, dicen aquellos misteriosos peregrinos. “La estrella que habían visto
comenzó a guiarlos hasta Belén”. “Al ver la estrella se llenaron de inmensa
alegría”. “Entraron a la casa y vieron al Niño”.
Tal vez el Señor de cielo y
tierra estrenó algún lucero para motivar a los magos a buscarlo. Pero como dice
san Agustín: “Vieron una estrella con los ojos y a la vez recibieron una luz en
sus mentes”.
Algún autor señala que
estos peregrinos tuvieron entonces “ojos de Epifanía”. Así pudieron contemplar
el cielo, seguir la ruta trazada por la estrella, reconocer en Belén al Mesías y
mirar todo el mundo de otro modo.
Para nosotros, los
discípulos de Cristo, también el Señor se ha encargado de mostrarse: El verbo
aparecer, que los evangelistas usan para hablar del Resucitado, tiene en la
Biblia una larga secuencia: “Sobre ti amanecerá el Señor, dice Isaías, su gloria
aparecerá sobre ti. Caminarán los pueblos a tu luz y los reyes al resplandor de
tu aurora”. Y san Pablo escribe a Tito, su discípulo: “Apareció la bondad de
Nuestro Salvador y su amor a los hombres”.
Desde el principio Dios se
manifiesta a sus hijos, aun a aquellos que profesan otros credos. Pero desea que
todos lo conozcamos por medio de Cristo.
Necesitamos ojos de
Epifanía para leer quién es Jesús de Nazaret y desde esa fe, comprender quiénes
somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos, qué sentido tiene nuestra estadía en
la tierra, qué nos espera más allá de la muerte.
A nuestro paso más de un
hermano ha gritado: “Mirad al cielo. Ha nacido una estrella”. Pero quizás lo
hemos tratado de loco, permaneciendo en nuestra ceguera.
Convendría preguntarnos en
qué fuentes saciamos nuestra sed. A qué vientos exponemos el alma. Y recordar
que Cristo es “la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo”.
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