Fiesta. Bautismo del Señor

San Lucas 3, 15-16.21-22: Cristianos certificados

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto) (Q.E.P.D)

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 “En un bautismo general, Jesús también se bautizó y entonces vino una voz del cielo: Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”. San Lucas, cap.3.

Cierto párroco se inventó una curiosa estrategia para despertar a sus feligreses. Cada uno de quienes nunca asomaban al templo recibió una comedida esquela: “Por la presente me permito notificarle que su pertenencia a la Iglesia ha sido cancelada. Le ruego presentarse a este despacho, donde recibirá su documento de bautismo con el correspondiente sello de anulación. Atto. servidor”...

No se hizo esperar la admonición del obispo: “Le recuerdo, querido Padre, que los pastores no hemos de quebrar la caña cascada ni apagar la mecha que aún humea”...

¿Pero qué hubiéramos sentido al recibir la tarjeta de aquel inquieto párroco, con nuestro nombre de pila y propia dirección?

Un día Jesús se acercó al Precursor y le pidió ser bautizado. Ya se conocían en razón de su parentesco. Pero ahora el Señor desea participar en aquel rito, con el cual los discípulos de Juan iniciaban un cambio de vida.

Jesús abandonaba entonces su taller de Nazaret para convertirse en Maestro y encontraba sus primeros discípulos en el grupo convocado por Juan.

La Iglesia primitiva acostumbró repetir este signo del agua, con el cual quienes aceptaban a Jesús iniciaban una nueva vida. También la mayoría de nosotros fuimos un día bautizados en el nombre del Padre, del Hijo de y del Espíritu Santo.

Pero han corrido los días y ese acontecimiento poco o nada nos significa. Juzgamos y actuamos como aquellos que nunca recibieron el bautismo.

Conviene aclarar, sin embargo, que la asistencia al templo no equivale a una vida cristiana plena. Esta se identifica, ante todo, con los valores y criterios que Jesús enseñó. Valores y criterios que se hacen vida cuando nos toca elegir: Doblez o sinceridad. Egoísmo o generosidad. Despilfarro o moderación. Intolerancia o solidaridad. Aislamiento o corresponsabilidad. Desesperación o esperanza...

Según nuestra respuesta a estos dilemas, podremos acercarnos al despacho parroquial para ratificar o cancelar el proyecto de vida que nos ofreció el bautismo.

La familia es el primer hábitat donde se vive la fe. El primer recinto donde aprendemos a conocer a Cristo y a interesarnos por su persona. Viene enseguida la comunidad. Habría que comenzar averiguando a qué parroquia pertenecemos. Para comprometernos luego en sus programas de evangelización y de servicio.

Una parroquia es algo más que una oficina de documentos, o el lugar donde se celebra la Misa. En una comunidad de comunidades. Una familia grande, en la cual nos conocemos, nos queremos y nos ayudamos a vivir al estilo de Cristo.

Nos halaga que en el hogar, en el colegio, en la empresa nos llamen por el nombre. Es el mayor elogio que pueden hacernos. Pero conviene recordar que ese nombre nos lo dieron en una fecha memorable. Aquel día, cuando nuestros padres y padrinos le aseguraron a la Iglesia que nosotros seríamos gente de bien, gente que trataría de vivir según el Evangelio.

Pero examinando a fondo nuestra vida, ¿sí será verdad tanta belleza?

 

 

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