Fiesta. Bautismo del Señor
San Lucas 3, 15-16.21-22: Al estilo de los cristianos
Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto) (Q.E.P.D)
“Les
dijo el Bautista: Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo. El
os bautizará con Espíritu Santo”. San Lucas, cap. 3.
La palabra no es el único
instrumento de comunicación. También nos comunicamos por los gestos y los
signos: La sonrisa, la mirada, el vestido, los colores, las banderas, las
imágenes, los símbolos, los emblemas, los alfabetos...
La liturgia es una
comunicación, un lenguaje entre Dios y nosotros. Entre la comunidad creyente y
su Señor.
Cuando celebramos el
Sacramento del Bautismo, hablan las oraciones, la actitud de los padres y
padrinos, el agua, el aceite bendito, la luz, la vestidura blanca del niño.
Pero detrás de este
diálogo, que no todos realizamos conscientemente, se esconde la acción de
Cristo.
En el Bautismo, el Señor
nos adopta por hijos suyos. En adelante ya no tendremos solamente estos padres,
estos apellidos, esta herencia genética, cultural y económica. Seremos, ante
todo, hijos de Dios, con todos los derechos y también los deberes que esto
significa.
En la catequesis sobre el
Bautismo, se insiste a veces demasiado sobre el pecado original, explicando que
este primer Sacramento nos lava y purifica.
Sin embargo, la adopción
cómo hijos de Dios es allí lo más importante. Todo lo demas es resultado y
consecuencia.
Vendrá después la vida con
sus peripecias, sus tragedias y sus pecados. La trama insospechada de triunfos y
fracasos, de búsqueda y abandono de Dios.
Pero siempre y a pesar de
todo, seremos sus hijos.
Esto ilumina con mayor
claridad aquellas historias de amor que nos relata el Evangelio: La oveja
extraviada, la moneda perdida, el hijo pródigo, el buen samaritano y aquel
salteador de caminos que se arrepiente en su hora final, junto a la cruz del
Maestro.
Sin embargo, la adopción
del Señor supone una tarea igualmente importante de la familia y de la comunidad
cristiana: La educación en la fe.
El niño, que al finalizar
la ceremonia, sale del templo en brazos de sus padres, espera que se le ayude a
vivir al estilo de los cristianos.
Un programa que incluye
estabilidad en el hogar, amor, diálogo, ejemplo, comunicación de una doctrina y
vivencia de unos valores que nos distinguen.
Aquí es donde fallamos con
frecuencia. Realizamos la ceremonia con sincera alegría y en ambiente de fiesta.
Vale la pena celebrar que el Señor nos adopta. Pero luego no colaboramos con
Dios educando a nuestros hijos en la fe.
El quiere trabajar en
equipo con nosotros. Pero si la sociedad y la Iglesia no marchan, este trabajo
mixto se vuelve imposible.
La mayoría de nosotros
hemos sido bautizados con agua, pero por nuestra inercia impedimos la acción del
Espíritu. Es hora de apoyarnos en su fuerza generosa.
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