III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

San Lucas 1-1-4; 4, 14-21: La firma del autor  

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto) (Q.E.P.D)

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“Fue Jesús a Nazaret, entró en la sinagoga como era su costumbre los sábados y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron entonces el libro del profeta Isaías”. San Lucas, Cáp. 4.

 

Durante el destierro en Babilonia, los judíos se propusieron encontrarse cada semana en un sitio llamado sinagoga, palabra griega que significa asamblea. Tal costumbre la conservaron cuando ya de regreso a la tierra de sus padres, reedificaron el templo de Jerusalén. Por lo cual cada pueblo tuvo su sinagoga. Hasta cuatrocientas ochenta podían contarse en la capital, aseguraban con notable exageración ciertos rabinos. Ningún altar presidía el recinto. Aunque sí un respetado armario, donde se guardaban los rollos sagrados, protegidos en estuches de cuero. La reunión se iniciaba con alguna una plegaria. Luego, uno de los presentes recitaba un trozo de la Escritura, comentado enseguida por los maestros. Para terminar se entonaba algún cántico, de los muchos que hoy perduran en la tradición musical de Israel.

Nos cuenta el evangelio que Jesús asistía a la sinagoga cada sábado. Y san Lucas resalta su presencia en aquella de Nazaret, al comienzo de su predicación. El texto que tocaba aquella vez, era tomado del capítulo 61 del profeta Isaías, donde se anuncia que el Espíritu de Dios estará sobre el Mesías. Él iniciará un tiempo nuevo, marcado por la salud de los enfermos, la esperanza de los pobres y la libertad de los oprimidos. Si comparamos el texto evangélico con aquél del profeta, advertimos que el mismo Jesús, o bien san Lucas, omitieron una frase muy propia del Antiguo Testamento: “A proclamar el día de venganza de nuestro Dios”. No cabía en el lenguaje del Maestro esta amenaza. Añade el evangelista que Jesús, enrollando el libro, lo entregó al ayudante y enseguida dijo a los presentes: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír”.

Todo el programa de salvación iniciado por Cristo se nos presenta como una Buena Noticia, expresión que dio origen a la palabra evangelio. Un anuncio de futuro cuya realización depende de muchos factores, especialmente de nuestra actitud comprometida ante el Señor. Jesús vino a contarnos que Dios es, ante todo, un Padre lleno de misericordia. Y esta revelación promueve un cambio en todos nuestros elementos religiosos. Desde allí buscan otro norte, la oración, el arrepentimiento, la construcción del mundo, la caridad cristiana, el dolor y la esperanza. Pero nos preguntamos si ese programa de amor y de misericordia, se quedó en sus comienzos, o naufragó definitivamente en el mar de la historia. De ningún modo. Hoy descubrimos frecuentes signos de salvación que algunos llamarán milagrosos o heroicos: Muchos pobres evangelizados, ciegos que pueden ver, oprimidos liberados, aunque tal vez bajo otro contexto.

Este profesional, aquella campesina, la religiosa, el taxista, la profesora, el universitario, el comunicador, numerosos padres de familia continúan el proyecto iniciado por Jesús en la sinagoga de Nazaret. Ellos no se dedican a cumplir un arduo código, o a frecuentar muchas devociones, con intención de salvarse. Se sienten empeñados día y noche en algo más profundo y excelente, porque el Espíritu de Dios alienta en su interior. Basta acercarnos y podremos admirar en sus quehaceres la firma de un autor que los pondera y califica. No es otro en este caso, es Jesucristo.