II Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C.
San Juan 2, 1-11. Los agentes ocultos
Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto) (Q.E.P.D)
“Jesús les dijo:
Llenad las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó:
Sacad ahora y llevádselo al mayordomo. Ellos se lo llevaron”. San Juan, cap. 2.
A pesar de tantos egoísmos
personales y grupales, a pesar de las guerras, de la incomunicación que a todos
nos aísla, hemos avanzado en vida comunitaria. Vaya cómo ejemplo: Antes se
atribuyó el descubrimiento de América a un sólo hombre, aunque en torno a él
colaboró un amplio colectivo. Hoy, en cambio, explicamos decididamente la
conquista del espacio cómo mérito de muchos astronautas y numerosos científicos
que acompañaron su proeza.
Actualmente nada puede
llevarse a cabo sin los consejeros económicos, los asesores, el grupo de
investigación, los técnicos de seguimiento y los controladores. Ya no es posible
ni vivir ni subsistir, si no es en comunidad.
Cuenta San Juan que en Caná
de Galilea, con ocasión de una fiesta de bodas, Jesús dio comienzo a sus signos
cambiando el agua en vino. Salió en ayuda de aquellos esposos desprevenidos que
no contaban con tantos comensales.
El primer milagro del Señor
se realiza en equipo. María llama la atención de su Hijo, El aporta su poder,
los sirvientes, siguiendo la orden de Jesús, llenan las tinajas hasta el borde.
Luego le presentan el agua al mayordomo de la fiesta. Este prueba el agua
transformada y llama al novio para decirle: Has guardado para el final el mejor
vino...
Todo un trabajo
comunitario, en el cual cada uno aporta lo mejor de sí. Lo que sabe, lo que
puede.
Al leer esta historia,
descubrimos una valiosa lección: Con excesiva ligereza y autosuficiencia, le
damos o le quitamos importancia a la gente, por el oficio que desempeña. No
apreciamos a los humildes que realizan tareas ignoradas, las cuales sin embargo,
ocupan los primeros renglones en la agenda de Dios.
Estos agentes ocultos están
siempre detrás de cada acontecimiento, de cada actividad o programa, de cada
triunfo. Así sucede en los gobiernos, en la Iglesia. Algunos nombres aparecen en
la fachada. Detrás, cubiertos por el resplandor de unos pocos, muchos
innominados.
Hasta cincuenta o más
personas son necesarias para que llegue a nuestra mesa un pedazo de pan... El
ajetreo diario no nos permite tenerlas en cuenta y celebrar con cada una de
ellas la fiesta de la vida.
Cuando admiramos una
edificación preguntamos: ¿Quién fue el arquitecto? Pero nunca:
¿Quién fue el maestro de
obras, el delineante ? Quiénes los albañiles, los pintores, los electricistas,
los fontaneros?
Y cuando se nos invita a
cenar, agradecemos a la anfitriona. Casi nunca a la empleada que aportó su
tiempo y sus habilidades.
En el Antiguo Testamento se
habló de un Dios que salva. Hoy, después de la Encarnación, sentimos a un Dios
que salva con nosotros.