III Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C.
San Lucas 1-1-4; 4, 14-21: Nazaret, donde se había criado
Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto) (Q.E.P.D)
“Jesús fue a
Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga y se puso en pie para hacer
la lectura. Le entregaron el libro de Isaías”. San Lucas, cap. 4.
“La vida de Brian”, una
película de Terry Jones, presenta medio en serio, medio en broma la vida de
Cristo. En la escena del Sermón de la Montaña, la gente que no logró acercarse
al Señor lo interrumpe y grita: ¡Más fuerte! ¡No se oye! Pero cuando el Maestro
lee, en la sinagoga de Nazaret y afirma: “El espíritu del Señor está sobre mí”,
los presentes se miran desconcertados, sin pronunciar palabra.
Jesús ha regresado a su
aldea, “donde se había criado”, según dice san Lucas. Como judío observante,
acude el sábado a la sinagoga y allí le piden que haga la lectura. Desenrollando
el libro de Isaías, proclama aquel pasaje del capítulo 61, donde se habla del
futuro Mesías.
Durante muchos siglos, el
pueblo escogido soñó con un líder, que tuviera la fuerza, el espíritu de Yahvé.
Lo llamaron Mesías, que significa ungido. Porque la unción con aceite de olivas,
que recibían los reyes y los profetas de entonces, significaba la presencia de
Señor en sus personas. Algunos esperaban un rey, otros un guerrero que expulsara
de su territorio a los invasores.
Aparece Jesús y muchos
judíos no comprenden su calidad de Mesías. Lo entienden como el hijo del
carpintero. Un maestro novato que cuenta apenas con treinta años. O quizás un
charlatán.
Pero aquel día, en la
sinagoga de su pueblo, el Maestro afirma solemnemente su condición de Mesías:
“El espíritu del Señor está sobre mí”. Y señala cual será su tarea concreta: Dar
a la buena noticia a los pobres. Anunciar a los cautivos la libertad y a los
ciegos la vista. Libertar a los oprimidos y proclamar el año de gracia del
Señor. “ Hoy se cumple aquí esta profecía,” dice Jesús, al devolver el libro al
secretario de la sinagoga.
En la declaración de Cristo
se destaca aquello de la Buena Noticia, que empezaban a oír tantos desconsolados
por la tardanza de Dios en socorrerlos. Anuncio que hoy llega hasta nosotros,
aunque hayamos perdido la esperanza. Palabra que llega hasta los pobres. Y
pobre, en sentido bíblico, es todo aquel que abre su corazón al Señor.
La forma de gritar la Buena
Nueva se concreta en libertar a los cautivos y dar vista a los ciegos. Proclamar
un tiempo de salvación, año de gracia del Señor.
Bien sabemos que hay
esclavitudes del cuerpo y otras del alma. Hay cegueras ante la luz del día y
muchas tinieblas interiores. Valdría la pena, ante el Señor Jesús, hacer la
lista de nuestras cadenas y de nuestras sombras. El ha venido a vencer todo
esto, para que un día vivamos en libertad y en luz.
Uno piensa que hicieron
bien quienes gritaban en el monte Tabor: ¡Más fuerte, no se oye! Demostraron su
interés por la enseñanza de Jesús. Si hoy hiciéramos lo mismo, la Iglesia
tendría oportunidad de anunciarnos con la mente y el corazón, la Buena noticia
de Dios, el Evangelio.
En cambio, aquellos de la
sinagoga de Nazaret apenas se miraron extrañados, sin pronunciar palabra. Igual
que muchos de nosotros.