IV Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C.

San Lucas 4, 21-30: Almacén de milagros

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto) (Q.E.P.D)

 

"Al oír esto, todos en la sinagoga, se pusieron furiosos y lo empujaron fuera del pueblo". San Lucas, cap.4.

 

En Navidad, un pequeño le escribía al Niño Dios: "Te agradezco mucho tu venida. Pero a veces sólo pienso en los regalos y no en Ti".

 

Los cristianos también somos con frecuencia infantiles. Como este niño de la carta. Y como los paisanos de Jesús, que admiraban al hijo de José y aprobaban su doctrina, pero pedían de prisa los milagros.

 

Cuando Cristo explica que estos no son lo esencial en su programa, se ponen furiosos y lo empujan fuera del pueblo.

 

Quiere el Señor que aceptemos su mensaje, confiando siempre en El y tomando a cuestas nuestros deberes ordinarios. Pero no quiere que le tengamos como un almacén de milagros. Vamos de viaje y apenas estamos ensayando la vida en este teatro del mundo, como enseña San Pablo. Ser cristiano no es estar como Alicia en el País de las Maravillas.

 

Dios es fuente y origen del milagro, pero a la vez nos regala cada día dones maravillosos y nos anima a realizar nuestros propios milagros: El milagro de la vida. Procuremos rodearlo de mucho amor, de responsabilidad y de respeto.

 

El milagro de la alegría. Vivir alegres, no obstante los dolores, las enfermedades, los problemas, es un don del Señor. Nuestra alegría forja la infraestructura para las tres virtudes teologales.

 

Dios admira el milagro de nuestra monotonía. Esa que tiene el hermoso nombre de fidelidad, porque es hermana pequeña de la fe. Al Señor le subyuga nuestro esfuerzo por seguir amando, a pesar de las fallas ajenas, de las propias, del peso de la vida y los fracasos.

 

Dios se complace en el milagro de nuestro entendimiento, cuando nos abrimos en comunión a la luz, a la ciencia, al espacio infinito, a la incógnita del futuro y a la magia de las palabras.

 

Dios se pone feliz ante el milagro de la paz. Cuando resolvemos convertir los fusiles en instrumentos de labranza, borramos del corazón los recuerdos amargos y nos sentimos otra vez hermanos.

 

Somos nosotros los protagonistas de numerosos   milagros. El Señor sabe que ese poder y mucho más, nos viene de su mano, pero se hace el desentendido. No nos damos cuenta de tantas maravillas y a ratos creemos que nuestra vida no vale nada. Seguimos siendo niños.