V Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C.

San Lucas 5, 1-11: Tantas redes vacías

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto) (Q.E.P.D)

 

“Cuando Jesús acabó de hablar, dijo a Simón: Rema mar adentro y echad las redes para pescar”. San Lucas, cap. 5.

El río que parece mar, llamó Francisco de Orellana al Amazonas, cuando topó con sus inmensas aguas. También los hebreos llamaron mar al lago que forma el río Jordán, de camino hacia el sur.

Allí, bajo una superficie de 144 kilómetros cuadrados, se criaban hasta catorce especies de peces comestibles. Una cifra que mermaba ante la ley que consideraba impuros los carecían de aletas y de escamas.

Se pescaba entonces con anzuelos fabricados de hueso, de hierro o cobre. También con redes: Una pequeña y circular, que se arrojaba desde la playa y otra mayor, para la pesca lago adentro.

La vida pública de Cristo discurre mucho tiempo a la orilla del lago. Por las aldeas de su entorno. Y entre los doce escogidos por Jesús, el Evangelio señala tres parejas de pescadores: Pedro y Andrés, cuyo padre se llamaba Jonás, naturales de Betsaida, un nombre que significa pesquería. Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo y Salomé. Santiago el Menor y Judas Tadeo, también hermanos, a quienes el Nuevo Testamento reconoce como “parientes del Señor”. Todos ellos se ganaban la vida en el lago, dueños de alguna microempresa, o como obreros alquilados.

Jesús los llamó un día, invitándolos a ser pescadores de hombres y ellos, dejando las redes y las barcas, le siguieron. Les proponía un distinto objetivo, pero la misma técnica de esfuerzo y de constancia.

Cuenta san Lucas que un día el Maestro invita a Pedro a adentrarse en el lago, y arrojar las redes. El apóstol explica su fracaso anterior: “Hemos pasado bregando toda la noche y no hemos cogido nada”. Pero añade enseguida desde el corazón: “Sin embargo, porque tú lo dices echaré las redes”.

El resultado fue asombroso: Cogieron tanta pesca que la red se rompía. Llamaron entonces a sus compañeros y llenaron de pescado las dos barcas, casi hasta hundirlas.

Un carpintero de Nazaret da lecciones de pesca a unos peritos del mar de Galilea. Pero conviene recordar que Jesús es el Hijo de Dios.

Quien asegure que nunca ha fracasado nos estará mintiendo. Porque esta vida temporal se entrevera de ciertas alegrías, algunos éxitos, muchas ilusiones frustradas y numerosos desengaños. Tantos esfuerzos vanos. Tantos proyectos inútiles. Tantas redes vacías. Tantos que arrastran su existencia, ignorando la razón de su viaje y su destino.

Simón Pedro experimentó en carne propia un antes, mientras luchaba solo y un después, en compañía del Señor. Una noche colmada de zozobra y un día luminoso, donde la pesca es abundante. La fe no es garantía de que todo nos saldrá bien, pero sí es certeza de no estar nunca solos. Confianza en Otro que lo puede todo y que nos ama.

La reacción de Pedro ante aquella pesca inesperada, fue arrojarse a los pies de Jesús, diciéndole: “Apártate de mí, que soy un pecador”. Se nos antoja corregirle la plana al apóstol. Ante el poder de Dios no hemos de decir: Apártate de mí, sino al contrario: Señor acércate más, precisamente porque somos pecadores. Así podremos iniciar nuevamente la aventura de las redes vacías, que el Señor sabe colmar en un momento.