V Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C.
San Lucas 5, 1-11: De pecador a pescador
Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto) (Q.E.P.D)
“Al ver tanta pesca
Simón Pedro exclamó: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador. Jesús le dijo:
No temas, desde ahora serás pescador de hombres”. San Lucas, cap. 5.
Cuando Juan Pablo II visitó
por vez primera España, los pescadores de Galicia lo recibieron con una pancarta
que decía: "Pedro, vuelve a los tuyos".
Tiene la Iglesia una
herencia de mar. Viene de gente pescadora y marinera.
Por esta razón, el
cristiano está acostumbrado a huracanes y a sobresaltos. Conoce el trabajo
infructuoso y la alegría de las redes colmadas. Cultiva todos los días una
ilusión renovada y son suyos los horizontes dilatados y profundos.
Además, sabe adivinar la
presencia del Señor a través de las sombras. Cómo los apóstoles en el lago.
Pero también a veces el
cristiano es pusilánime. Cómo Pedro aquella vez en el mar de Tiberíades.
Los fallos personales
modifican de diversa manera nuestra interior fisonomía. A algunos les producen
un estoico y estéril conocimiento de sí mismos. A otros les ayudan para
afianzarse en la humildad. A otros les proporcionan una fácil excusa para evitar
todo esfuerzo. A otros los sumergen en un pesimismo sistemático.
Pero en ocasiones,
verificar la propia pequeñez es la piedra de toque para iniciar grandes
empresas.
Así ocurrió con Simón
Pedro. Cuando quiere apartarse de Jesús, declarándose pecador, recibe el
llamamiento de Cristo que lo convierte en pescador de hombres.
Esto sucede una tarde en el
lago. Los apóstoles, al mandato de Jesús, echan las redes y recogen tanta pesca
que las barcas amenazan hundirse.
Cuando nos reconocemos
limitados, el Señor empieza a revelarnos algo escondido, un "más allá" que
guarda para nosotros: Después del pecado, una sed inexplicable de inocencia.
Después del fracaso, un deseo de luchar más y un reconocimiento de nuestros
errores. Después del conflicto, el apoyo que nos brinda el hermano. Después de
la traición del amigo, la convicción de su retorno.
El tiempo, mensajero cómo
Gabriel, nos entrega esos "más allá", si vivimos serenamente la esperanza.
Simón se convierte en
Pedro, piedra fundamental de la Iglesia. El pecador se vuelve pescador de
hombres. El cobarde muere por Cristo en la capital del Imperio romano.
Germán Pardo García desvela
hermosamente ese futuro cuando nos dice: "Más allá del silencio, la armonía. Más
allá de las formas, la presencia. Más allá de la vida, la existencia. Más allá
de los gozos, la alegría".