II Domingo de Cuaresma, Ciclo C.
San Lucas 9, 28b-36: Para transfigurarnosAutor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto) (Q.E.P.D)
“Jesús se llevó a
Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña. Y mientras oraba, el
aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de blancos”. San Lucas,
cap. 9.
Nos pasamos la vida
cambiando de juguetes. En la cuna nos bastó un sonajero. Pero luego aprendimos a
ambicionar. Necesitamos entonces los cochecitos de cuerda, los patines, la
motocicleta... Y después la finca de recreo, el yate o el avión particular.
Pero siempre permanecemos
niños. Vivimos jugando a la esperanza. Son también juguetes los papeles sociales
que desempeñamos en la vida. Y lo son además nuestras chequeras, las tarjetas de
crédito, los títulos de propiedad, los billetes de viaje o de lotería.
Nos ayudan a soñar, a
imaginar lo que no somos, a cazar la esperanza, cómo el coleccionista que
persigue afanosamente una mariposa.
No seremos adultos sino más
allá de la muerte, cuando nuestra alegría tenga la misma estatura de nuestras
ilusiones.
De otro lado, todos
deseamos ser distintos, o por lo menos aparecer diferentes.
Esto nos lleva a vestirnos
de variadas maneras, a maquillarnos todos los días, a declamar nuestro papel
hasta grabarlo fielmente en la memoria. Hasta olvidar, por fin, qué somos
nosotros mismos, con nuestra carga de angustia, nuestras estrecheces y tantos
proyectos fracasados.
Entonces, frente a nuestra
existencia real, aparece un nuevo personaje: El rico, el importante, el famoso,
el equilibrado, el feliz quien le ganó el partido a la vida.
Cristo, el profeta de
Nazaret, el hijo del carpintero, el andariego de los caminos de Galilea, el
hambriento, el sediento de muchas correrías, de pronto, sobre la montaña del
Tabor, se transfigura delante de Pedro, de Juan y de Santiago.
Su rostro se torna luminoso
y sus vestidos deslumbrantes de blancura.
Era la forma humana de
manifestar, a través de su cuerpo, la grandeza de su divinidad. De ahí la
sorpresa de los apóstoles, su alegría, su admiración.
También en nuestra vida se
dan las transfiguraciones. Reales unas, las otras aparentes.
Jorge se transfigura cuando
le llaman doctor. Pero sigue siendo el inestable de siempre.
Cuando Cristina recibe su
automóvil último modelo, se siente transfigurada. Pero no ha dejado ni su
inmadurez, ni su egoísmo.
Fernando llega a casa
transfigurado, con su televisor en colores. Pero continúa con el licor, huyendo
de su angustia.
Mónica y Camilo resuelven
sus diferencias en el diálogo y el perdón. También se transfiguran.
Don Roberto orienta parte
de sus ganancias a la vivienda de sus trabajadores.
Daniel interrumpe sus
estudios para sacar adelante a su familia.
Los unos creen
transfigurarse añadiéndose títulos y cosas.
Los otros se transfiguran
sacando a luz aquel Dios que llevan dentro.