III Domingo de Cuaresma, Ciclo C.
San Lucas 13, 1-9: Razones para existirAutor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto) (Q.E.P.D)
“Dijo Jesús: Un
hombre tenía una higuera plantada en su viña y yendo a buscar fruto en ella, no
lo halló. Entonces dijo al viñador: Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en
balde?”. San Lucas, cap.13.
Con frecuencia los medios
de comunicación vuelven al tema. Nos cuentan las tragedias nacionales, los
balances económicos, los ajetreos políticos, las noticias “light” que acarician
la vanidad de muchos. Y reiteran una dolorosa estadística: En tal ciudad, en tal
región del mundo, el suicidio ha subido en porcentaje sobre las muertes
naturales. Los escuchas cerramos los ojos y lanzamos un amargo por qué.
La respuesta podría llegar
desde otro interrogante. Muchos hermanos nuestros se preguntan desde el fondo de
alma: ¿Para qué existo? ¿Qué sentido tiene vivir aquí y ahora? Si nadie nos
responde a satisfacción, todo se vuelve trágico y absurdo. Y la única solución
es marcharnos furtivamente de esta tierra.
En tiempo de Jesús, la
gente se preguntaba con terror, por qué una torre había aplastado a dieciocho
galileos que ofrecían sacrificios. Una tragedia que rebosaba la angustia del
pueblo ante la pobreza, la dominación romana y la crisis religiosa de entonces.
El Maestro rompe el esquema
tradicional, que hacía equivaler tragedia y pecado. Explica a sus discípulos que
aquellos galileos no eran más pecadores que los demás. Y sitúa el mal físico en
otro nivel, que luego iluminaría con su pasión y muerte.
Pero añade la parábola de
un labriego, que va a buscar frutos en su higuera. Al no encontrarlos, da orden
de cortarla. ¿Para qué ocupa lugar?. Sin embargo, el mayordomo intercede:
Déjala, señor, un año más. Yo cavaré alrededor y echaré abono, a ver si da
fruto. Si no, entonces la cortarás.
Inquieta el comprender que
esa higuera soy yo. ¿Habrá encontrado el Señor frutos en mí? ¿Tendré razón para
ocupar un lugar sobre la tierra?
Nos gustaría que san Lucas
hubiera trocado los personajes: El mayordomo, ya cansado, daría la orden de
arrancar la higuera. En cambio, el señor pediría un plazo. Y cada mes, vendría
él mismo hasta la era, para cavar en derredor, echar abono y quitar las ramas
secas. Seguramente el año entrante habría buena cosecha.
En muchas páginas de la
Biblia el pueblo escogido se compara a una higuera. La tierra prometida se
describe como “rica en higos”, los que añoraban los judíos durante su
peregrinación por el desierto. Y el Apocalipsis amenaza que, el día de la ira,
caerán las estrellas del cielo “como higos maduros bajo la tempestad”.
Según el salmo 102, “el
Señor es paciente y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No nos
trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas”. Sin
embargo, quienes se aman tienen derecho a evaluarse. Llega un momento en que el
amor exige cuentas.
Podríamos preguntarnos qué
aguarda el Señor de nosotros. San Pablo, a lo largo de sus cartas, enumeró
algunas actitudes que enriquecen la vida y las llamó frutos del Espíritu Santo.
Son ellas: Amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, generosidad,
mansedumbre, confianza en Dios, sencillez, sobriedad, limpieza de corazón.
Felices de nosotros si en
la era de Dios estamos produciendo tales frutos.