V Domingo de Cuaresma, Ciclo C.
San Juan 8, 1-11: El que esté sin pecado...

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto) (Q.E.P.D)

 

“Jesús se incorporó y le preguntó a la mujer: ¿Ninguno te ha condenado?. Ella contestó: Ninguno, Señor. Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más”. San Juan, cap. 8.

Los judíos antiguos no valoraron convenientemente a las mujeres. Ninguna de ellas podía estudiar la ley, ni participar en el servicio del templo. Esto explica por qué el adulterio se consideraba ante todo un pecado femenino. Por qué las penas que prescribía la Torá, pocas veces se aplicaban a los varones.

Un día los letrados y fariseos, para poner a prueba al Señor, le presentan a una joven: “Ha sido sorprendida en adulterio. Y Moisés nos manda apedrearla. ¿Tú qué dices?”.

Jesús calla y mientras tanto, escribe sobre el piso con el dedo. Pero sus interlocutores insisten, entonces El responde: “Quien esté sin pecado que arroje la primera piedra”.

San Juan anota que los acusadores se fueron yendo, uno a uno, hasta dejar sola a la mujer. Jesús la interroga: “¿Nadie te ha condenado? Nadie, Señor, responde ella temblando. Entonces vete, añade el Maestro, y no vuelvas a pecar”.

Una valiosa lección de tolerancia: Jesús no ignora ingenuamente el pecado: “No vuelvas a pecar le dice a la mujer.” Pero a la vez aclara que la ley por la ley no rehabilita al hombre. Además exige que cuantos ejercen autoridad en la familia, en la sociedad, en la Iglesia, presenten una conducta limpia.

El pueblo judío vivía asfixiado por las leyes. Unas eran penales, otras sociales o litúrgicas. Y cada israelita piadoso se cuidaba de no faltar a la norma en lo más mínimo.

Jesús derriba este rígido esquema. Para El lo que vale es el hombre. El hombre, inclinado al pecado y capaz de fallar. Pero el hombre, llamado siempre a la vida y a vivir plenamente.

Hoy muchos predican tolerancia, pero a la vez son cómplices. Y otros del todo intolerantes, mantienen sus pecados en secreto.

Desde el amor, Jesús nos enseña a distinguir entre pecador y pecado. Si nos sentimos amados por Dios que nos perdona, podremos amar a quienes han fallado y ayudarlos a rehabilitarse.

Cristo ha venido a realizar algo nuevo. Lo cual el profeta Isaías expresa en un lenguaje poético: “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo. Mirad que realizo algo nuevo. Abriré ríos en el desierto para apagar la sed de mi pueblo”.

La mayoría de nosotros recordamos de Voltaire, únicamente su historia negativa. Que la tuvo. Pero en el Tratado sobre la tolerancia, escrito en 1763, nos dejó un evangelio en borrador: “Oh Dios de todos los seres, de todos los mundos, de todos los tiempos: Dígnate mirar los errores de nuestra condición humana. No nos ha dado un corazón para aborrecernos, ni unas manos para degollarnos. Haz que nos ayudemos mutuamente, a soportar el fardo de esta vida penosa y fugaz; que las pequeñas diferencias entre nuestras imperfectas leyes, entre nuestras insensatas opiniones, por las que se distinguen estos átomos llamados hombres, no sean señal de odio y de persecución.

Ojalá que todos recordemos que somos hermanos. Que no nos destrocemos. Que empleemos el instante de nuestra existencia en bendecir en mil lenguas, desde Siam a California, tu bondad”.