V Domingo de Cuaresma, Ciclo C.
San Juan 8, 1-11: Lo acusaban de ser DiosAutor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto) (Q.E.P.D)
“Los letrados y los
fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio: Maestro, le dicen, la ley
de Moisés nos manda apedrearla”. ¿Tú que dices? San Juan, cap. 8.
El desafío del letrado al
Señor obtiene un efecto inmediato: "Quien esté sin pecado arroje la primera
piedra".
Entonces los acusadores de
aquella mujer se alejan uno a uno, comenzando por los más viejos.
Jesús queda sólo y la mujer
delante: "¿Nadie te ha condenado?". Le dice Cristo.
Ella contesta: "Ninguno,
Señor".
Jesús añade: "Tampoco yo te
condeno. Anda y en adelante no peques más".
Cristo prefiere perdonar.
Nosotros, condenar. Al fin y al cabo nos resulta más fácil.
El condenar al prójimo trae
sus ventajas: Solucionamos de una vez el caso. Simplificamos nuestra relación
con el otro. Cancelamos nuestra preocupación por él. Alejamos "el mal" de
nuestro territorio. Quedamos convencidos de estar defendiendo los valores.
Entregamos al condenado toda la responsabilidad de su problema. Y por ley de
contraste, nos sentimos agradablemente perfectos.
Perdonar tiene sus
desventajas: Permanecemos comprometidos con el problema. Se complica nuestra
relación con el otro. Debemos ayudarlo en su fragilidad. Continuamos viviendo en
territorio contaminado. Nos queda la duda de estar contemporizando con el mal.
Nos confesamos corresponsables con quien falla. Nos privamos de ese agradable
gusto de sentirnos sin culpa.
Jesús nos enseña que,
culpables cómo somos, no tenemos derecho a condenar a nadie. El nos invita a
revisar nuestra historia personal.
Así, frente a la esposa que
falló, ante el empleado que falsificó cuentas, ante la joven que quedo
embarazada, o el hijo que probó la droga. Ante el alcohólico, el irresponsable,
el imprudente, el ingenuo, el ignorante, el incapaz, nos hacemos conscientes de
nuestra fragilidad.
Nuestra actitud, cómo la de
Cristo, no será entonces ignorar el mal o las humanas limitaciones humanas. Pero
tampoco condenar precipitadamente.
Será más bien de compromiso
con el otro. Para comprenderlo en su propia situación, para convivir con é l,
para ayudarlo a reconocer su deficiencia y potenciar todas sus capacidades.
En un mundo convulsionado y
cambiante, tanto nosotros cómo aquellos a quienes amamos, en quienes creemos,
estamos expuestos a vivir situaciones que antes rechazábamos de plano. Entonces
la vida nos obliga a medir en carne propia lo que antes condenábamos con
indignación.
Cristo nos enseña a
perdonar con todas las consecuencias. Lo acusaban de ser amigo de pecadoras y
publicanos. Sencillamente lo acusaban de ser Dios. Lo acusaban de ser Salvador.