Domingo de Ramos, Ciclo C.
San Lucas 22, 14-23, 56: Platero y ÉlAutor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto) (Q.E.P.D)
"Llevaron el
borrico a Jesús y le ayudaron a montar y los discípulos entusiasmados se
pusieron a alabar a Dios a gritos: ¡Bendito el que viene como rey!". San Lucas,
cap.19.
Impregnemos un poco nuestra
reflexión de poesía. Ella también, como escribe un autor, es una forma de fe.
Imaginemos que Jesús llega a la ciudad sobre los mansos lomos de Platero, aquel
borriquillo de Juan Ramón Jiménez "que se diría todo de algodón".
No viene a caballo como un
centurión romano, ni tampoco sobre el camello, a la usanza de los soberanos de
Oriente. Así, casi a ras de tierra, en humildad, sencillez y mansedumbre. No ha
venido a guerrear sino a perdonar, no llega a triunfar sino a servir.
Cristo es amigo de los
pobres, de los sencillos, de los que no tienen respeto humano para aclamarlo por
las calles y arrojar al suelo sus mantos.
Pero tal vez nosotros hemos
soñado con un cristianismo de élites, únicamente para letrados e ilustres. Hemos
despreciado la religiosidad popular por sentimental y poco teológica.
La fe exige además
expresiones externas. No basta creer a solas, en la propia conciencia o en
la intimidad del hogar. La fe necesita airearse, celebrarse en comunidad,
resonar en los signos visibles, contagiar las artes, las culturas, la creación,
el universo. Y nos hemos quejado porque alguna procesión nos interrumpe cuando
vamos de paseo. Y nos da pena que los amigos sepan que vamos a misa y
participamos de las ceremonias de la parroquia.
Dios se deja querer del
pueblo judío. No importa que dentro de poco ellos mismos griten ante Pilato:
Crucifícale. El Señor no rechaza esta ovación, la aprueba y la acepta. Nos
conoce muy bien y para el viernes santo ya nos tiene preparada una excusa:
"Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen".
Al comprender todo
esto busquemos a Dios, aunque probablemente volveremos fallar. Los sacramentos
no se da como premios, sino como remedio ante neutras culpas.
Comienza esta semana santa.
Entran en juego nuestra pereza y la bondad de Dios, nuestra apatía y su
misericordia. La victoria final se llama Pascua, la fiesta de la vida, del gozo
y de la luz. Cristo lleva las de perder. Únicamente podrá darle el triunfo el
corazón humilde de cada uno.
A los creyentes nos
nosotros nos toca responder si tienen alguna validez para nuestra existencia, la
pasión, la muerte y la resurrección del Señor.