Viernes Santo de la Pasión del Señor, Ciclo C
San Juan 18,1-19,42: Un bonito sociodramaAutor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto) (Q.E.P.D)
“Sabiendo Jesús que
había llegado su hora, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los
amó hasta el extremo”. San Juan, cap. 13.
Podríamos entender la
expresión de san Juan “hasta el extremo”, en un sentido cronológico. Es decir,
el Señor amó a los suyos hasta el final de su vida terrena. No obstante las
dificultades y angustias de las últimas horas. O también darle un significado
existencial. El amor de Cristo lo llevó a poner por obra ese ideal que
antes había enseñado a sus discípulos: “Nadie tiene más amor que el que da la
vida por sus amigos”. Lo cual Jesús realizó plenamente, al entregarse por todos.
Durante una catequesis a
los jóvenes, algunos calificaron la escena en que el Maestro lava los pies a los
apóstoles, como un bonito sociodrama. Y lo fue. Con este ritual
Jesús nos daba una lección profunda y duradera: “¿Comprendéis lo que hecho?
Vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo”.
Es comprensible la
perplejidad de los apóstoles y la resistencia de Pedro: “No me lavarás tú los
pies jamás”. Según las costumbres de entonces, los criados lavaban los pies a
los amos. Pero tratándose de siervos judíos estaban dispensados de hacerlo.
Jesús recalca: “Yo el Señor y el Maestro, os he lavado los pies”.
San Juan no incluye en su
evangelio, redactado a finales del siglo I, la institución de la Eucaristía.
Tal vez no juzgó necesario reforzar en el texto la costumbre de la fracción del
pan, ya común en las comunidades cristianas.
Pero nos dejó como pórtico
de la última cena, el lavatorio de los pies. Si los discípulos, como es de
suponer, no entendieron enseguida las palabras del Señor: “Esto es mi Cuerpo,
esta es mi Sangre”, sí captaron de inmediato aquella enseñanza: “El que quiera
ser el primero que se haga vuestro servidor”.
El ejercicio práctico de la
caridad sería de ahí en adelante, “la política de la compañía” en las
comunidades cristianas. “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo
corazón y una sola alma. No había entre ellos ningún necesitado”.
Hoy, Jueves Santo, volvemos
a sentir esa urgencia del amor fraterno. Que ha de ser lo esencial entre
nosotros, más allá de los ritos y las devociones.
Valdría entonces examinar
de modo realista si amamos y servimos a los demás, no de labios meramente, sino
de “obra y de verdad”, como enseña el apóstol Santiago. Porque si Jesús se
entregó a la muerte por nosotros, si en la Eucaristía es nuestro compañero de
camino. Si nos alimentamos con frecuencia de su pan, nuestra vida ha
de ser muy semejante a la suya. Es decir, hemos de esforzarnos en amar hasta el
extremo.
José Luis Perales canta el
himno de la caridad, que san Pablo nos dejó en su primera carta a los Corintios.
Y repite un estribillo donde insiste que el amor cristiano ha de ser “sin
límites”, en toda circunstancia.
Delante del Señor,
evaluemos hoy el amor a nuestros prójimos: ¿Será de veras comprensivo y
servicial? ¿O por el contrario es envidioso, jactancioso, engreído y busca su
propio interés? ¿No se irrita, no toma en cuenta el mal? ¿No se alegra de la
injusticia, sino más bien de la verdad? ¿Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo
espera, todo lo soporta?