Sabado Santo. Ciclo C
San Lucas 24, 1-12: Querámoslo o noAutor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto) (Q.E.P.D)
“El primer día de
la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que
habían preparado. Mientras estaban desconcertadas, dos hombres con vestidos
refulgentes les dijeron: No está aquí. Ha resucitado”. San Lucas, cap. 24.
Cuando uno está pequeño, no
conoce la muerte. Tal vez le cuenten que algún pariente ha fallecido en un
pueblo lejano. O quizás un lunes, al regresar a clase, el compañero que se hacía
a mi lado no vino. O esa ancianita que vendía flores en la esquina ya no está.
Pero uno va creciendo. Se le mueren los padres, los amigos, los hermanos.
Entonces ya no se trata de la muerte. Es mi muerte. Y cada vez que acompañamos a
un ser querido que inicia ese viaje sin retorno, melancólicamente nos corremos
un puesto, en esta antesala que es la tierra. Por lo tanto, querámoslo o no.
Creamos o no, la vida nos coloca cara a cara, frente a este misterio del morir.
Un día, sus alumnos le
preguntaron a Marx: “Maestro, ¿qué es la muerte?” Y el sabio respondió:
“Morimos” y continuó hablando de otro asunto. Si embargo la religión cristiana
puede responder, de forma adecuada, a este enigma. Una respuesta que se afianza
en Jesús, muerto y resucitado.
Toda nuestra fe se
fundamenta en Jesús de Nazaret, un profeta inocente a quien mataron en cruz.
Según el libro de Los Hechos, así explicaba Festo al rey Agripa las acusaciones
de los judíos contra san Pablo: “Son discusiones de su propia religión y sobre
un tal Jesús, ya muerto, de quien Pablo afirma que está vivo”.
La liturgia de esta noche
quiere presentar a nuestros ojos y a la fe de la comunidad a ese Jesús que
rompió las cadenas de la muerte. Después de veinte siglos, nosotros recorremos
también en esta noche, ese mismo camino de aquellas mujeres que volvieron al
sepulcro del Señor. Llegaban del desconsuelo y encontraron el gozo. Venían del
desconcierto y hallaron la certeza. Venían de la tragedia y fueron consoladas al
ver al Señor. “No está aquí, les dicen los ángeles. Ha resucitado”.
El fuego nuevo que hemos
encendido, el pregón Pascual que es un himno de alabanza a quien venció la
muerte. Las lecturas, con las cuales repasamos cuánto ha hecho Dios por
nosotros. El agua bendecida que nos hacer renacer a la gracia y ante la cual
renovamos los compromisos bautismales. La fe comunitaria alrededor del Cirio
Pascual, símbolo del Maestro. Todo ello va tejiendo la espléndida liturgia de
esta noche. Sí, el Señor ha resucitado de entre los muertos.
En un pequeño hospital,
agonizaba un joven víctima de la desnutrición y el paludismo. Cuando la fiebre
comenzaba a opacarle la mente, llamó afanosamente al sacerdote: “Padre, por
favor, jesuseme”. Se trataba de que el sacerdote le repitiera al oído: “Jesús,
Jesús, Jesús”. Una plegaria que lanzaba un puente levadizo sobre el abismo de
esa muerte ya próxima.
A ese mismo Jesús que se
alzó del sepulcro, el primer día de la semana, ante el asombro de aquellas
piadosas mujeres, confiamos ahora nosotros nuestro presente y nuestro porvenir.
“¡Qué noche tan feliz, cuando se une el cielo con la tierra, lo humano y lo
divino. En la cual, arrancados de la oscuridad del pecado, somos restituidos a
la gracia!”.