V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
San Lucas 5, 1-11:
Otra pesca y otro mar

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto) (Q.E.P.D)

 

“Pedro entonces se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador. Jesús le dijo: No temas, desde ahora serás pescador de hombres”. San Lucas, Cáp. 5.

Desde la actual ciudad de Tiberíades se divisa el lago de Genesaret, al cual el evangelio se refiere continuamente, por haber sido el epicentro de la predicación de Jesús. Además, una de las frases auténticas del Señor, conservada con esmero por la primera comunidad, se refiere a “los pescadores de hombres”. Y los evangelistas nos presentan a Pedro y su hermano Andrés, dueños de un negocio de pesca que poseía barcas y redes. También a Zebedeo, padre de Santiago y de Juan, quien empleaba a varios obreros en su empresa.

Cuando Jesús da de comer a la multitud, junto a los panes multiplicados, se mencionan igualmente los peces. Y al enseñarnos la eficacia de la oración, el Maestro pregunta: “¿Quién de vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente?”. También la última parábola de san Mateo sobre el Reino de los Cielos, habla de unos pescadores que al recoger la red, se sientan a la orilla para separar los pescados buenos de los malos. Descartaban aquellos que, al carecer de aletas y de escamas, eran vetados por la Ley.

Todo el proyecto de Jesús se inicia con el cambio de oficio de unos pescadores de Tiberíades. Cuenta san Juan el encuentro inicial del Señor con algunos discípulos del Bautista. San Lucas narra un llamamiento más explícito, tanto a Simón y Andrés, como a los hermanos Zebedeos.

“Al pasar Jesús vio dos barcas que estaban a la orilla. Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes”. Esto pudo ocurrir hacia las nueve de la mañana. Los hombres del lago regresaban temprano para entregar su mercancía a los revendedores y enseguida se dedicaban a limpiar las redes de algas y de líquenes. También a remendarlas, porque algún tronco sumergido habría roto las mallas. Luego las extendían al sol para recogerlas por la tarde, pensando en la faena del día siguiente.

En aquella ocasión todo el trabajo, hasta el amanecer, de aquellos futuros apóstoles había sido un fracaso. Pero Jesús, versado en la carpintería, aunque no en la pesca, le pide a Simón que eche nuevamente las redes. Pedro replica, pero acepta enseguida: “Señor, por tu palabra”. Y el resultado superó toda expectativa: La red se reventaba. Tuvieron que pedir a otros socios que les dieran la mano y llenaron de pescado dos barcas que casi se hundían. Esta presencia de Alguien demasiado superior remite a Pedro a su condición de hombre débil: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Sin embargo la respuesta de Jesús es reconfortante y promisoria. “No temas. Desde ahora serás pescador de hombres”.

Un arqueólogo imagina haber encontrado, junto al sepulcro de san Pedro, unos apuntes suyos. Sobre un trozo de papiro el apóstol habría escrito en arameo: “Este profeta de Nazaret es del todo desconcertante. Cuando empecé a seguirlo, mi vida se cambió para siempre. Yo sigo siendo el mismo, pero a la vez, alguien totalmente distinto. Y esto de atraer a muchos a ser sus discípulos es para mí un imperioso deber, a todas horas y en todas partes”.