IV Domingo de Pascua, Ciclo C.
San Juan 10, 27-30:
Las tareas del pastor

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto) (Q.E.P.D)

 

“En aquel tiempo dijo Jesús: Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna”. San Juan, cap.10.

Así como un pastor...Y los diversos autores de la Biblia vuelven reiteradamente a la figura, para explicarnos como es Dios: “Yahvé es mi pastor”. “Somos su pueblo y ovejas de su rebaño”.

Siguiendo esta comparación, los libros santos le atribuyen al Señor tres tareas: Convocar la grey. Leemos en la primera carta de san Pedro: “Antes vosotros erais ovejas descarriadas, pero habéis vuelto al guardián de vuestras almas”. Alimentarla con su doctrina. “Jesús sintió compasión de esas gentes que tenían hambre, como ovejas sin pastor”, escribe san Marcos”. Conducirla “hasta el prado definitivo, junto a las aguas de la vida”, como dice el Apocalipsis.

Pero aquellos oficios de Dios reclaman, a su vez, tres actitudes de parte nuestra: Regresar hasta El, cada vez que nos hayamos extraviado. San Lucas en el capítulo 15 de su evangelio, nos cuenta la preocupación de Dios por esa oveja que no regresó con el rebaño. Y su gran alegría al encontrarla. Hemos también de aceptar el alimento que El nos da. Y dejarnos conducir por su cayado.

Aquella oración del padre De Foucault encierra esa aceptación de Dios como guía: “Padre, me pongo en tus manos. Haz de mí lo que quieras”.

San Juan añade, que Jesús es un pastor que da la vida por sus ovejas. El mismo Maestro distinguía entre el asalariado, a quien no pertenecen las ovejas y el dueño de la grey, que se enfrenta a los ladrones y a los lobos.

Las calladas aldeas de Palestina escuchaban, de mañana y de tarde, el tropel de algún rebaño, guiado por su pastor. Una figura que hemos dulcificado demasiado en las estampas de Navidad. Esos pastores bíblicos eran muchachos fornidos, tostados por el sol, que entretenían las noches tocando sus flautas y repitiendo historias de amores y aventuras. De otro lado, no gozaban de buena reputación. Muchas leyes talmúdicas aconsejaban no comprarles ni la leche ni el queso. Podrían ser robados.

Por todo ello, el Señor se llama a sí mismo el Buen Pastor. “El que entrega la vida por sus ovejas”. Un texto paralelo a aquel otro: “Nadie tiene más amor que el que vida por sus amigos”. Con esta frase han marcado el sepulcro de monseñor Oscar Arnulfo Romero, en la catedral de San Salvador.

Jesús añade además que El conoce sus propias ovejas y éstas lo conocen a El. Sobre este pensamiento de un Dios que sabe nuestro nombre, Blas Pascal tiene una larga página en la cual expresa, él que había hecho la guerra, su gratitud y su seguridad: “Yo sé que, aunque me encontrase de noche malherido, con mi uniforme roto, medio sepultado en la nieve, entre otros mil combatientes moribundos, mi perro vendría hasta mí, sin pérdida, sin confusión posible. Yo sé también que, en el último cabo del mundo, perdido entre la muchedumbre, el Señor me reconocería, me llamaría por mi nombre, según las tiernas claves que El y yo guardamos en secreto”.

“El Señor es mi pastor, nada me falta - reza el salmo 22 - aunque camine por cañadas oscuras.”