Día universal de las Misiones.

El sermón de los cinco todos

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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Así habló Jesús  y alzando los ojos al cielo, dijo: Padre santo, como tú me enviaste al mundo, así los en­vío yo también al mundo". San Juan, cap. 17.

Confucio nos dejó un pensamiento que, aplicado a nuestro compromiso cristiano, explica muchas cosas: “Oigo y olvido. Veo y recuerdo. Hago y aprendo".

Muchos no hemos comprendido qué es la fe y menos aún qué es el Evangelio, porque es pobre nuestra práctica cristiana. O, muchas veces, nula. Lo que oímos en nuestra educación cristiana, ya lo hemos olvidado.  Sería entonces necesario mirar a nuestro alrededor para recordar muchas cosas. Y actuar de modo decidido. Lo cual sería un constructivo aprendizaje.

Todas las comunidades cristianas se examinan hoy sobre su deber misionero. La Iglesia no puede continuar existiendo en dos facciones: Quienes se comprometen a anunciar el Evangelio y aquellos que permanecen mano sobre mano, viviendo pasivamente su  fe.

Porque todos los bautizados hemos sido enviados, cuando Cristo envió a los apóstoles. Para toda la Iglesia pronunció Jesús el "Sermón de los cinco todos", que encontramos en el capítulo 28 de San Mateo y en el 16 de San Marcos: "Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan por todo el mundo. Anuncien el Evangelio a toda la tierra. Ensé­ñenles todo lo que yo les he enseñado.  Y yo estaré con ustedes todos los días hasta la consu­mación de los siglos".

En este sermón vale la pena reflexionar, de modo peculiar,  sobre el primero y el último “todo”: “Se me ha dado todo poder”, dice Jesús: Apoyo decidido del Maestro  a nuestras iniciativas apostólicas. “Yo estaré con ustedes todos los días”: Seguridad de la presencia del Señor en nuestros proyectos. 

El pro­ceso de maduración de una comunidad cristiana no ter­mina en la cosecha de vo­caciones para el sacerdocio, y la vida religiosa. No se agota en las estructuras eclesiales, las obras de beneficencia, la suficiente atención pastoral a las parroquias, o en los movi­mientos apostólicos. Culmina cuando rompemos nuestro tradicional egoísmo y vamos más allá de las fronteras.  

En­tonces inauguramos la tarea cristiana de dar y recibir. Un flujo y reflujo de vida entre Iglesias más estructuradas y otras más necesitadas, para compartir fra­ternalmente los valores del Evangelio. Diástole y sístole del corazón cristiano, dos mecanismos que aseguran su buena marcha. 

La madurez de una comunidad, de una parroquia, de una diócesis se expresa en la ayuda generosa, aún dando desde la pobreza, a quienes aguardan el anuncio del Señor Jesús.

Antes la evangelización brotaba en aras de la salvación eterna para neutros hermanos que no han recibido el bautismo.  Se creía y predicaba sobre su segura condenación. Hoy los esfuerzos misioneros de una actitud generosa hacia toda la humanidad. Vivir el Evangelio es el camino más apto hacia la salvación.  Y es además de elemental nobleza hacer conocer a Cristo, el Salvador.

Los actuales documentos de la Iglesia y especialmente la encíclica Redemptoris  Missio de Juan Pablo II, nos señalan un derrotero.

Es necesario que nuestros laicos ocupen el lugar que les pertenece en la tarea apostólica. Es necesario que nuestras comunidades cristianas sean más vivas y responsables. Es necesario darle a nuestra pastoral una dimensión universal.

Así habrá recursos humanos y económicos para las nece­sidades domésticas y, para el hambre de Dios de todo el mundo.