Domingo XXX del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lo hubiera dicho Arquímedes

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, despreciaban a los demás:  Dos hombres subieron al templo a orar”. San Lucas, cap. 18. 

Cuando Salomón quiso edificar “la casa de Yahvé”, la ubicó sobre el monte  Moria, una colina de Jerusalén.  

En consecuencia, visitar el santuario judío equivalía siempre a subir. Un verbo que en muchos de los salmos invita a los creyentes a encontrarse con Dios. Un verbo que también emplea el Maestro, cuando nos dice que un fariseo y un publicano llegaron al templo a orar. 

Los fariseos, cuyo nombre significa separados, integraban un grupo, apartado de los paganos para defender la pureza israelita. Más tarde conformarían un partido religioso y político, alejado a la vez de su propio pueblo. “Presumían de ser justos y despreciaban a los demás”, apunta San Lucas.  

“Se separaron de la contaminación, señala un autor. Luego se separaron de los contaminados y finalmente, acabarían separándose de Jesús, que andaba en compañía de los contaminados”.  

En el extremo opuesto a los fariseos se hallaban los publicanos. Herejes, traidores a su patria, verdugos de sus propios hermanos.  Así los señalaba el pueblo,  por recaudar el tributo que financiaba la presencia de Roma en Palestina.     

No hubiera podido encontrar el Señor personajes más apropiados, para explicarnos dos formas de oración y sus correspondiente resultados.  

Jesús escenifica de modo magistral su relato. El fariseo estaba  en pie, y declamaba una plegaria, que parecía de agradecimiento. Sin embargo era una presentación personal, hinchada de autocomplacencia: “Gracias, Señor, porque no soy como los demás”.  

Y enumeraba tres notables formas de pecado: “Ladrones, adúlteros, injustos”. Pero además se comparaba de modo ofensivo e inútil, con alguien que allá, a la entrada del templo, no se atrevía a levantar los ojos”: “Tampoco soy como ese publicano”.  

El fariseo se gradúa entonces de supersanto: Ayuna dos veces por semana, mientras  la ley pedía solamente un ayuno anual, con motivo del Yom Kippur, o día de la Expiación. “Pago el diezmo de todo lo que tengo”. “Del anís, la menta y el comino”, nos explica san Mateo. Aunque el diezmo judío sólo  gravaba los animales y las cosechas.  

En cambio, la oración del publicano se limitaba a golpearse el pecho y a decir: “Oh, Dios, ten compasión de este pecador”.  

Jesús, de forma breve, señala los efectos de cada una de estas plegarias: “El publicano bajó a su casa justificado y aquel no”.

Allá en Siracusa, el sabio Arquímedes había enunciado, tres siglos antes de Cristo, un principio de física que podemos aplicar al publicano: “Todo cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje vertical  hacia arriba, igual al peso del fluido desalojado”. Por esta razón, aquel recaudador de impuestos fue transformado por el Señor.

Pero cabe el principio contrario: Cuando alguien, apoyado en sus propios méritos trata de impulsarse hacia arriba, experimenta una fuerza contraria, en la medida de su vanidad.

Y el Señor concluye: “Todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. 

Jesús quiso enseñarnos una oración sincera, realista, equilibrada, que nos haga sentir la presencia amorosa del Señor. Cuidado entonces con volverla una autobiografía tonta, que desprecia además a los prójimos. Cuidado también con presumir de  tanta humildad, que nuestros golpes de pecho se escuchen en el vecindario.