Domingo XXXI del Tiempo Ordinario, Ciclo C

El gremio de los zaqueos

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Mientras Jesús atravesaba Jericó, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico trataba de distinguirlo, pero la gente se lo impedía, porque era de baja estatura”. San Lucas, cap. 19.

Tenía todas las de perder: Su oficio de publicano, donde había podido escalar la jefatura en Jericó. La fama de su gremio, entre los cuales no faltaban extorsionistas y asesinos. Su fortuna, con el peligro moral que entrañan muchos bienes. Y su baja estatura, que le impedía distinguir a Jesús entre tanta gente.

¿Qué hacer entonces, después de tantos años de sentirse rechazado por todos? Refugiarse tal vez en su negocio, mientras se disolvía el tumulto provocado por un rabino, que según algunos, acogía a los pecadores. Mientras tanto, el recaudador echaba cuentas sobre su historia pasada.

Pero entre tantas cosas negativas, Zaqueo sentía un fuerte su deseo de ver al Maestro. “Corrió entonces, dice san Lucas, y se subió a un árbol”.

No era la salida más elegante. Además se exponía a las burlas de los transeúntes: ¿Un hombre ya mayor y conocido de todos, trepado en un árbol, como un muchacho que roba frutas?.

Los traductores nos hablan de un sicomoro, o de una higuera. En todo caso, no sería un arbusto frágil quien soportaba la humanidad de un adulto.

Viene aquí la parte más hermosa del relato. Donde se comprueba que Dios nos ama con amor de novia, capaz de adivinar todo lo bueno que guardamos por dentro: “Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: Zaqueo, - lo llama por su nombre como si fueran viejos amigos - baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”.

Ningún reproche por su ridícula actitud. Ningún señalamiento para el publicano mayor de Jericó. Ninguna recriminación por su larga vida pecadora.

El Maestro hace sentir bien a Zaqueo, teniendo en cuenta su posición económica: “Baja enseguida, le dice, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”.

En todo el mundo, mucho más entre los orientales, la hospitalidad significa comunión de bienes y de sentimientos. “El bajó enseguida, añade el evangelista y lo recibió muy contento”. Lo cual despertó de inmediato las críticas: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”.

Ya en la sala del banquete, Zaqueo dice a los presentes: “La mitad de mis bienes la doy a los pobres”. Tocado por el evangelio, promete ahora socorrer a los necesitados: “Además, si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más”.

En caso de fraude, las leyes judías, sólo obligaban a devolver un 20% sobre el daño causado.

Se escucha entonces, solemne y generosa, la palabra de Jesús: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”.

También existe entre nosotros el gremio de los zaqueos. Deseosos de encontrar una luz para su incertidumbre. Ansiosos de unos valores trascendentes, que tal vez los cristianos nunca les hemos presentado, sin contaminaciones ni prejuicios.

Se refugian entonces en una religión sin Cristo, que desemboca pronto en la magia, el esoterismo, en una inmensa gama de espiritualidades de todos los sabores. Pero continúan deseando conocer a Jesús. Para lo cual Zaqueo fue capaz de vencer muchas dificultades.

Conviene preguntarnos: ¿Por qué la paz de Dios no ha llegado aún a mi casa? ¿Por qué no palpita en mi interior?