Solemnidad de San Pedro y San Pablo

San Mateo 16,13-19: No sabe. No responde

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“En aquel tiempo, Jesús preguntó a sus discípulos: ¿Y vosotros, quién decís que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. San Mateo, Cáp. 16.

1.- "Pedro, roca. Pablo, espada. Pedro, la red en las manos. Pablo, tajante palabra. Cristo tras los dos andaba. A uno lo tumbó en Damasco y al otro lo hirió con lágrimas". Un himno de la Liturgia de las Horas, que nos presenta a estos apóstoles como las columnas de la Iglesia.

Sus historias comienzan por un encuentro personal con Jesús. Pedro, en las orillas del Tiberíades. Pablo, mientras perseguía a los cristianos. Ambos respondieron a Cristo con su vida y con su muerte. Ambos fueron los fundamentos de la Iglesia que habrá de durar hasta el fin de los siglos.

San Pablo, en la carta a los gálatas, nos cuenta cómo se le mostró el Señor en el camino de Damasco: "Dios me llamó por su gracia y tuvo a bien revelar en mí a su Hijo".

2.- San Mateo indica que, a los pocos meses de su llamamiento, Pedro ratificó ante los Doce su adhesión al Señor. Ocurrió en Cesarea de Filipo, una ciudad cercana al mar de Galilea. Jesús pregunta a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que soy yo?" Varios del grupo le responden con vaguedad. Pero ante la insistencia del Maestro: "Y vosotros quién decís que soy yo?" Pedro toma la palabra y responde: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".

Lo valedero de esta afirmación no fue la palabra fervorosa del apóstol, a la cual seguirían dolorosas circunstancias de duda y negación. Lo valedero fue el esfuerzo posterior de seguir a Jesús hasta la muerte.

Muchos de nosotros confesamos a Cristo de palabra, pero nuestra vida permanece distante del Evangelio. Si alguien observa nuestro comportamiento ordinario, podía colocarnos en la casilla final de las encuestas: "No sabe. No responde". De allí que, ante la presión emocional de algunos grupos, cambiamos nuestra fe por cualquier espejismo religioso.

Llama la atención el curioso itinerario de muchos, que un día fueron bautizados, pero nunca identificaron con claridad su cristianismo. Permanecen como creyentes en las encuestas. Pero ningún valor cristiano se descubre en sus vidas.

3.- Un primer estadio para ellos consiste en proclamar: Cristo sí, Iglesia no. Para descender al poco tiempo otro peldaño: Dios sí, Cristo no. Les queda en su haber un ser superior, ajeno sin embargo a todo lo nuestro. Pero vendría un tercer paso: Dios no, religión sí. Para estos hermanos religión significa un vago sentimentalismo, que nos proyecta a una imprecisa trascendencia. Otros hermanos han llegado a una situación más precaria: Religión no, sacralidad sí. Allí el "creyente" contempla el universo desde cierta visión estética, mezcla de filosofía oriental, afán ecológico y un marcado egoísmo que los convierte en centro del mundo y de la historia.

4- ¡Qué lejos se encuentra todo esto de Jesús y su Evangelio! Se han esfumado del horizonte religioso la paternidad de Dios, y una vida futura de plenitud y bienaventuranza. Quedamos en posesión de una desvanecida fe, de un Bautismo y un cierto aroma cristiano que se deslíe en el alma, como el aroma de una rosa marchita.

¿Qué les pudo suceder a estos hermanos frente a la persona de Jesús? No saben. No responden.