Solemnidad de la Asunción de la Virgen María

San Lucas 1, 39, 56: Los pies de la Señora

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

Sitio Web

 

 

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel”. San Lucas, cap. 1.

1.- “Para gloria de la Santísima Trinidad, honra de la Bienaventurada Virgen María y alegría de la tierra...declaramos y definimos que Ella, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.... Era el 1º de noviembre de 1950. En Roma, ante una multitud que colmaba la plaza de san Pedro, el papa Pío XII rodeado de numerosos obispos, proclamaba el dogma de la Asunción de la Virgen María. Desde siglos atrás, muchas comunidades cristianas sabían que la Madre de Jesús ya gozaba en cuerpo y alma en los cielos. Lo aseguraban su cariño por Nuestra Señora y de otro lado, esa esperanza que todos llevamos dentro de una vida feliz y perdurable.

Todo ello estaba escrito en la “Mariología del corazón” que el pueblo llano se ha fabricado desde siempre. Una teología que señala a la Virgen María como la primera cristiana, la primera que culminó ya el viaje hacia la bienaventuranza. Una certeza que lanzó a los artistas a pintar frescos y a tallar estatuas. En mosaicos y vitrales nos dibujaron el rostro sonriente de María. Representaron cómo había sido la “Dormición” de la Señora y la forma en que los ángeles la llevaron al cielo.

2.- En aquel año el papa respaldaba con su autoridad aquel otro magisterio del pueblo creyente: “Sobre los altos confines del más levantado cielo, subisteis, Virgen, del suelo en hombros de serafines”, como canta un poeta religioso.

San Lucas nos cuenta del viaje de María a las montañas de Judá. Allí visitó a su prima que, ya anciana, iba a dar tener un hijo. Allí escuchó de labios de Isabel, la mejor alabanza que se haya dicho a una madre: “Bendita tú entre todas las mujeres. Y bendito el fruto de tu vientre”.

Meses después ella iría hasta Belén, con motivo del censo promulgado por César Augusto. Luego llegaría a Egipto, porque Herodes buscaba al niño para matarlo. Más tarde volvería a Nazaret. Y durante la vida pública del Señor, estaría cerca de Jesús sólo algunas veces, pues su prudencia mantenía a raya el amor. Pero no podría faltar en el Calvario, donde Jesús nos la entregó por madre. Cuando el Hijo regresa del sepulcro, María se convierte en al madre del Resucitado, Nuestra Señora de la esperanza.

3.- Ahora sus pies se han detenido en Éfeso, según cuenta la tradición. Habiéndose dormido a esta luz temporal, la madre de Jesús y nuestra madre atraviesa los umbrales de la gloria. “Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén”, cantaban los judíos al llegar a la ciudad santa.

La Asunción de Nuestra Señora nos asegura que es posible volvernos inmortales. Porque todo el que ama, o es amado, quiere situarse más allá del tiempo y del espacio, en una dimensión estable y feliz.

A un pensador creyente un día le preguntaron: ¿Cree usted en el cielo? Y él respondió con los ojos iluminados: “El cristianismo es una institución donde aspirar a la felicidad no es una mera verdad, o un consejo, ni una promesa abstracta. Es una obligación”.