Solemnidad de Todos los Santos

San Mateo 5, 1-12a: Para ser dichosos

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Entonces Jesús les dijo: Bienaventurados los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos”. San Mateo, cap. 5.

1.- Cuando un grupo de sabios judíos vierte al griego el Antiguo Testamento, unos dos siglos antes de Cristo, la palabra “macarios” se aplica unas 100 veces a personas que al parecer, han alcanzado la felicidad, o están en su búsqueda. Ya en el Nuevo Testamento, encontramos que el término se emplea, en el mismo sentido, unas 50 veces. Aclaración lingüística que nos ayuda a entender un poco más, el Sermón de la Montaña. Jesús se encuentra rodeado de sus seguidores, sobre una colina próxima a Cafarnaúm, donde llama dichosos, bienaventurados, a quienes se matriculan en su escuela. Prometiéndoles a la vez una recompensa, la cual llegará en esta vida y luego, de modo más total, en la eterna. Los evangelistas usaron el término “macarios”, que en el texto latino equivale a “beato”. El título que da la Iglesia a ciertos cristianos cuya vida nos propone como ejemplo. Pero al hablar de santidad, se nos aclara también que el vocablo significó al comienzo, exactitud. La exigida en pesas y medidas.

2.- Sin embargo, la fiesta de todos los santos no se agota en un día para honrar a quienes ya gozan del cielo. Es una fecha para reflexionar que los santos canonizados y además otros desconocidos que ya están en el cielo, fueron en su vida mortal iguales a nosotros. También a ellos les pesaron sus deberes. Su entorno social les produjo incomprensiones y persecuciones. La fuerza del pecado que anida en cada corazón, los inclinó hacia el mal. Aún más, en muchas ocasiones pecaron. Recordemos los episodios que en sus “Confesiones” cuenta san Agustín. No fueron ellos santos desde el seno materno, ni ejemplares en todo momento. Pero un día se decidieron por Dios y su constancia los condujo a las alturas.

3.- Se cuenta de san Ignacio de Loyola que mientras convalecía, luego de ser herido en una pierna durante el sitio de Pamplona, no encontró en qué entretenerse sino algunas vidas de santos. Al comienzo le desagradaron tales historias. Pero luego le tocaron el corazón, hasta hacerle decir: “Lo que éstos y éstas hicieron, ¿por qué yo no?” A nosotros también nos llama el Señor a imitar a los santos. Mucho más a aquellos más próximos. Todos ellos vivieron bajo este común denominador: Nuestra naturaleza frágil, pero entregada a la persona de Jesús. No se trata entonces de cambiar nuestra vida de improviso. De realizar vistosas maravillas. La santidad, según el plan ordinario del Señor, se ubica y se traduce en el cumplimiento sereno y amable de nuestros deberes. Por lo cual no ha de preocuparnos tanto lo que hacemos, sino el sentido de lo que hacemos. Con qué amor a Dios servimos a nuestros prójimos. Con qué talante superamos las dificultades diarias, las penas, los fracasos. Cómo cultivamos la alegría y la esperanza.

4.- San Pablo, escribiendo a los fieles de Filipos les presenta un programa de santidad, hermoso de una parte, pero además actualizado para el mundo de hoy: “Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud o cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta. Y la paz de Dios estará con vosotros”.