XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Conmemoración de todos los Fieles Difuntos

San Mateo 5, 1-12a: Para ser dichosos

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Dijo Jesús: Me voy a prepararos un lugar. Volveré y os tomaré conmigo, a fin de que donde yo esté, estéis también vosotros”. San Juan, cap. 14.

1.- En Corinto, una importante ciudad de la antigua Grecia, surgió una comunidad cristiana, compuesta en su mayoría por judíos inmigrantes y algunos otros venidos de la gentilidad. A estos discípulos San Pablo les escribió varias cartas, en las cuales derrocha todo su cariño. Allí les presenta lo más elevado de su pensamiento teológico: La doctrina sobre la Eucaristía, sobre el Cuerpo Místico, el himno de la Caridad. Pero ocurría en Corinto que la muerte realizaba también su acostumbrada tarea. Por las enfermedades, la violencia, la persecución que sufrían los seguidores de Cristo. Y el apóstol, seguramente a petición de sus fieles, abordó un día el tema de la vida futura. Lo hizo mediante una comparación muy comprensible a los judíos, quienes durante muchos años peregrinaron por el desierto: “Mi padre era un arameo errante”, confesaba cada israelita al ofrecer a Dios las primicias de su cosecha. En esos tiempos la gente se movilizaba llevando a cuestas su tienda, bajo la cual acampaban por las noches. Las había fabricadas en cuero, o también de tela fuerte que resistiera el sol y las lluvias.

2.- El apóstol entonces escribía: “Nosotros sabemos que si esta tienda de campaña – nuestra morada terrenal – se destruye, adquirimos una casa permanente en el cielo, no fabricada por el hombre, sino por Dios. Así pues nos sentimos seguros, porque caminamos en la fe”. Por lo tanto la fe en Cristo nos enseña que al morir, cambiamos de habitación. Renunciamos a esta morada deleznable y precaria, para adquirir una morada segura “no fabricada por mano de hombre”. Tal enseñanza nos la entrega también Jesús, en su discurso de despedida: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Y yo me voy a prepararos un lugar”. Y un detalle de suprema cortesía: “Cuando os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo. A fin de que donde yo esté, estéis también vosotros”. Cabría entonces imaginar despacio “ese lugar” que el Señor nos promete, aderezado por su amor paternal.

3.- Valdrá además despertar en nuestro corazón la confianza. Ante el miedo de morir, ante la amenaza de extinguirnos, nos apoyamos en el Evangelio para ponerle alas a nuestra esperanza. Sin embargo, todo lo que imaginemos o digamos sobre la vida eterna no pasa de ser un boceto, pálido reflejo de cuanto el Señor quiere dar a sus hijos.

San Pablo también escribió un día esos aquellos cristianos de Corinto, calcando a Isaías: “Ni ojo vio, ni oído oyó, si el corazón humano sospechó cuanto Dios tiene preparado para quienes le aman”. En consecuencia, al reunirnos ante la muerte de un ser querido, los creyentes en Cristo no procuramos renovar la angustia. Ni motivar una resignación estoica frente a un suceso inevitable. Nos congregamos a orar por quienes se han marchado adelante, mientras fortalecemos nuestra confianza en esa vida futura que ya llega. La misma que Jesús nos ha certificado por su muerte y su resurrección.