Fiesta. Sagrada Familia de Jesús, María y José

San Lucas 1,57-66: Un anciano poseído de asombro

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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Yo no sé, mis queridos jóvenes lectores, si por donde vosotros vivís, hay palomas y tórtolas. Que conste que me estoy refiriendo a las palomas libres, salvajes, torcaces. No a las que abundan en muchas ciudades, simpáticas de inicio, molestas en muchos casos. Las tórtolas son extraordinariamente simpáticas. Por mi entorno acostumbran a pasar el verano, después parten a tierras más cálidas. No siempre ocurre así, este año no se han ido. Hace muy pocos días me encontré por el camino, posada en el suelo, una pareja. Frené, como siempre hago, y las miré. Se fueron, sin que ningún San José se las llevase, perdieron la oportunidad de convertirse en ofrenda al Señor. Por mi parte admiré su elegancia y alabé a Dios por ella. Su aparición no fue inútil.

Os voy a contar porque me alegra el evangelio de la presente fiesta. El trayecto que la menuda familita hizo, también lo he recorrido yo. Fue en una época en que las circunstancias políticas lo permitían. Salimos un domingo por la mañana e hicimos a pie los 11 kilómetros que nos separaban de Belén. Reconozco que no resultaba demasiado evocador, ya que caminamos por una carretera que en nada se parecía al camino que ellos hicieron. He vuelto en diversas ocasiones. Acompañado de peregrinos fervorosos o envuelto en gente pobre, sospechosos para las autoridades militares, por el hecho de no ser de su misma raza. Tal vez fue entonces, yendo sólo en autobús público, sin que nadie se fijara en mí, dada mi condición de turista extranjero, cuando me sentí más identificado con el relato. Mi condición personal en nada era semejante a la de la parejita amada. Pero mi soledad, el sentir que lo que estaba viviendo a nadie le emocionaba, por grande que fuera el misterio revivido, me compenetraba con la Sagrada Familia.

Me aparto ahora de recuerdos personales y comento el texto.

No hay que olvidar la situación personal de Santa María. Durante los cuarenta días pasados desde que nació el Niño, había sufrido las correspondientes fiebres pauperales y la no menos molesta depresión. Sufrir estos trastornos una mujer joven y santa, no la libraba de la incomodidad de la Fe. Sí, Fe es riqueza, pero, como afirman los teólogos, esta virtud es esencialmente oscura. Y María, mujer de Fe entre las que haya, no era una excepción. Días repletos de emoción, de cambio de vida respecto a lo que había estado haciendo en Nazaret. Un niño supone una gran dedicación personal. Desde la caricia, al darle de mamar. Desde observar incipientes miradas e imaginarias sonrisa, hasta cambiar la ropa y lavarla. Preparar la comida, moler el grano, hornearlo, no olvidar el agua…

Y mientras tanto vivir la extraordinaria situación de poseer aquel Chiquillo, que era aparentemente como los otros, realmente, presencia del misterio de Dios. La situación se hacía sostenible porque era un matrimonio fiel. Fiel a las tradiciones del pueblo, que le aseguraba la fidelidad de Dios para con ellos. La casita de Belén era el sagrario más admirable que uno pueda imaginar. Cualquier sagrario es el belén más real que uno pueda visitar. La fidelidad les llevó, a la semana después de haber nacido, a buscar a la persona diestra y escogida que le circuncidara, como marcaba la Ley. La fidelidad, ahora que habían pasado los días correspondientes, les encaminaba al Templo.
Las llevarían consigo o las compraron en Jerusalén, pienso en las tórtolas o los pichones. Nada importa, entraron en el atrio con sus animalitos. María se sentía protagonista de lo dicho a Moisés y estaba dispuesta a ofrecerle  a Dios su hijo. No se olvidaba, nunca se olvidaba de Nazaret y de lo que allí escuchó. José emocionado, acompañaba. El rito fue simple, podían irse si querían.

Pero no, alguien les salió al paso. Por entonces, tiempos de fracaso político y nacional, habían surgido gentes piadosas, que no renunciaban a la esperanza. Uno de estos, de avanzada edad, se les acercó. Sus ojos cansados fueron capaces de ver en profundidad y hacia el futuro. Empezó por dar gracias a Dios. Era un hombre generoso. Aceptó con sencillez la suerte que se le había concedido y que le acompañaría a la tumba. Miró a la mujercita y no ocultó sus pensamientos. La gente vieja no teme quedar mal, prefiere por encima de todo ser sincera. Aquella criatura que llevaba en brazos… María entonces se acordó de lo que Gabriel le había dicho en Nazaret. Sí, sería importante y grande. Hombre de conflictos y ella mujer de dolores, continuó diciendo… De esto último nadie le había advertido. María lo escucho pensativa, lo guardó en lo más íntimo de su corazón, como siempre hacía.

Si les sorprendió la intervención del vejete, mucho más chocante fue el encuentro con la parlanchina Ana, viuda, profetisa y apóstol ¡anda ya! ¡para que luego digan que a las mujeres se les niega protagonismo!
Se volvieron aquel día a casa emocionados. Felices por haber sido fieles al mandato de Dios hecho a Moisés. Satisfactoriamente fatigados. Intrigados por lo que habían oído. Se habían de nuevo topado con el misterio. Privilegiada familia era, incómoda su situación, pero aventurada, sin duda, y con felices prospectivas. 
Si alguna vez habéis pensado, mis queridos jóvenes lectores, que la Sagrada Familia había sido una familia aburrida, os habréis dado cuenta hoy de que nada de eso eran. Y lo que vendría  después.

La vuestra, en la que vivís, ¿se parece a la de Belén? La vuestra, la que proyectáis, la que soñáis ¿tiene algo que ver con la que descansa en casa, después del viaje? O ¿tal vez estáis pensando en que vale la pena dedicar vuestra existencia a ayudar a que tantos matrimonios que carecen de medios materiales y espirituales, gracias a vuestro esfuerzo, puedan vivir como José; María?

¿Quien de vosotros es capaz de imitar a Simeón o a Ana? ¿Quién se decide?
¿Estáis dispuestos a escuchar a ancianos, que como Simeón o Ana, fruto de su vida espiritualmente rica, y de su Fe en Dios, os puedan revelar aquello que orientará vuestro futuro?
(La Santa Madre Iglesia, nos encarga que, en la oración del final del día, repitamos las palabras de Simeón: ahora, experimentada la bondad de Dios en la jornada que se acaba, ahora podemos dormirnos satisfechos…)(oración de completas)