II Domingo despues de Navidad, Ciclo B

San Juan 1, 1- 18: La palabra acampó entre nosotros

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“En el principio ya existía La Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios”. San Juan, cap. l.

1.- Los evangelistas evangelios sinópticos buscan, para hilar su relato, las catequesis de la Iglesia primitiva. Juan se ciñe además a sus recuerdos.

Cuenta con precisión "lo que he visto y oído" y luego desarrolla en amplios párrafos sus memorias. Lo que a través de su larga vida ha descubierto en la persona del Maestro.

Los tres primeros Evangelios abundan en milagros, en hechos y dichos del Señor. El cuarto sólo relata siete signos y algunos discursos, más elaborados quizás, que insisten sistemáticamente en ciertas ideas principales.

"En el principio ya existía la Palabra y la Palabra era Dios": Así comienza el prólogo de este cuarto Evangelio, revelándonos a Jesús como Palabra del Padre. Podríamos añadir: Manifestación, expresión, revelación del Padre.

Algunos afirman que esta página nos llega de un himno que se usaba en la primera comunidad cristiana, para alabar a Jesucristo.

2.- Hoy a nosotros, luego de muchas traducciones, san Juan nos dice que Jesús es el Verbo del Padre. Y al comparar esta expresión con el lenguaje diario, comprendemos que nuestras palabras son el ropaje de nuestros pensamientos. Pero a la vez su habitación, sus alas, su disfraz y su cárcel.

Nunca podremos entonces lograr la forma plena, un método del todo eficaz que revele al hermano nuestras ideas y nuestros sentimientos. Nacen los sustantivos y de inmediato necesitan un verbo que los lleve de la mano, los proteja y los oriente. Llaman en su ayuda al adjetivo, que los marca y los singulariza. Pero enseguida, para no traicionar el pensamiento, invocan al adverbio. Piden exactitud a las preposiciones, se dan la mano por medio de las conjunciones.

3.- Cuando Dios se hace hombre, Jesucristo se presenta cómo la Palabra del Padre, pero una palabra definitiva, absoluta e inmensa que resuena sobre el universo, declarándonos el amor sustancial de Dios. Resuena en los ambientes de aquel tiempo y hemos de hacerla resonar entre nosotros, hasta los confines de la tierra.

Aparece Jesús de Nazaret como hijo de mujer, hermano, peregrino, visitante que acampa entre nosotros, necesitado, vecino, compañero de viaje.

La luz de Dios se revela en Jesucristo. Pero también se opaca. De lo contrario no la podrían soportar nuestros ojos.

Aquel día la Sabiduría de Dios se redujo a esquemas humanos: Al idioma arameo, al culto israelita, a la geografía de Palestina, al paisaje de Galilea, a la escuela de Nazaret, a la historia que enseñaba por las tardes Rabí Isacar, añorando el pasado.

La bondad de Dios, para llegar a nuestro entendimiento, se vistió de formas humanas. Su belleza se ocultó detrás de la hermosura limitada del mundo, de las cosas.

4.- Desde entonces el Creador comenzó a hacerse presente en todos los signos que delatan amor y bondad. En la simpatía de un rostro amable, de un gesto oportuno, de una mirada comprensiva. Por todo ello podemos afirmar que Jesús es la Palabra del Padre.

San Juan comprendería todo esto mejor que nosotros: “En el principio ya existía la Palabra y la palabra estaba junto a Dios”. “La palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.

5.- Para los cristianos de hoy esa Palabra del Altísimo resuena en la conciencia de cada creyente. Pero también en la liturgia de la Iglesia y en la comunidad cristiana. Escuchémosla.