I Domingo de Adviento, Ciclo B.
San Marcos 13, 33-37:
El dueño de casa

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Dijo Jesús a sus discípulos: “Mirad, vigilad. No sabéis cuándo vendrá el dueño de casa, si al atardecer o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer”. San Marcos, cap. 13.

En la mitad del alma todos guardamos un Belén, fabricado con recuerdos de infancia. Recuerdos que despiertan la nostalgia de una dicha lejana. De una derrotada inocencia.

Todo esto es Adviento y además el deseo de encontrar al Señor entre la maraña de tantos acontecimientos y tareas. En la penumbra de nuestras fallas y nuestros desconciertos.

Con otro nombre semejante al de pastor o rey, o sembrador, San Marcos nos presenta a Dios: El dueño de casa.

Nos cuenta el evangelista de un hombre que se va de viaje, dejando alerta al portero para que vigile su regreso. Podrá volver este amo aquella tarde, a medianoche, o al canto del gallo. O quizás al amanecer.

Se trata de una historia de Dios en relación con nosotros. Que la fe, como el amor, se inscribe también en un esquema de presencia, ausencia y reencuentro.

Sólo que muchos no advertimos al Señor presente entre nosotros. Ni su ausencia nos duele. Ni deseamos conscientemente encontrarnos con El. Señala un escritor que los idiomas de los pueblos llamados civilizados redujeron la divinidad a una sola sílaba: Dios, Dieu, God, Gott, Bog... En cambio las lenguas exóticas, de poco uso en los negocios internacionales, lo nombran con polisílabos, cuando no con una extensa frase: Deviyanwahansa se le dice al Señor en una lengua de Ceilán, Wakantanka entre los indígenas dakotas, Tupa-Ñandeira entre los guaraníes. Como Andriamanitra lo invocan los malgaches, como Pachacamacka los quechuas o U-Nkulunkulu los zulúes.

Un dato antropológico: Ciertos pueblos hemos encerrado al Señor en un puño. Otros en cambio “tienen tiempo para nombrar a Dios”.

La parábola de San Marcos nos motiva a vigilar, a estar alerta, porque llega el Señor. La primera venida del Señor a la tierra, que celebramos en Navidad, presagia un encuentro posterior con “el dueño de casa”, que tiene tiempo para nuestras confidencias en un recinto acogedor y amable. Así lo comprobó Nicodemo aquella noche que compartió con el Maestro.

Cada uno realiza este encuentro con el Creador, a su manera: En la intimidad de la conciencia, en el entorno familiar, en la ayuda generosa al necesitado. Al celebrar los Sacramentos.

Además la Biblia que leemos en Adviento, interpone sus buenos oficios para que estos dos amantes, Dios y el hombre, vuelvan a reunirse. Y el profeta Isaías nos habla de un Dios enamorado que parece alejarse de nosotros, pero que fácilmente olvida las ofensas y reanuda su amistad con nosotros.

¿Qué tal si este diciembre fuera algo más que “una farsa completa y sistemática, con un telón de fondo religioso”, como afirma un autor? ¿Qué tal si dejamos de ser unos cristianos de farándula, en esta sociedad de consumo que ha invadido nuestra Navidad?

Es necesario que ese Belén del alma se ilumine con una fe sincera y renovada. Entonces, desde lejanas tierras regresarán la dicha y la inocencia, para enseñarnos a sonreír de nuevo. Ya se acerca el Señor a reanudar su alianza. Y nosotros estaremos vigilantes, despierto el corazón y con el alma - como todos los niños de la tierra- repleta de ilusiones.