I Domingo de Adviento, Ciclo B.
San Marcos 13, 33-37:
Diciembre

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

Sitio Web

 


“Dijo Jesús: Mirad, vigilad. Pues no sabéis cuándo es el momento”. San Marcos, cap. 13.

Para los antiguos romanos, diciembre era el décimo y último mes del calendario. Más tarde, el año tuvo doce meses al intercalarle en la mitad a julio y agosto, en memoria de Julio César y de Augusto.

Los emperadores y los poetas llamaron a diciembre de maneras diversas.

Para nosotros, este último mes del año tendrá un nombre distinto, un color especial, un significado personal: Vacaciones, balance, nostalgia, ventas, expectativas, aguinaldos, gastos extraordinarios, indiferencia, portal de Belén, ovejas y pastores.

Pero si somos cristianos, diciembre nos hablará de Navidad, con sus recuerdos, su añoranza de hogar y la cercana presencia del Señor.

Por estos tiempos, el Evangelio insiste en la vigilancia. En nuestro lenguaje, vigilar significa estar atentos, tomar conciencia, darnos cuenta del momento en que vivimos, hacer que nuestra vida concuerde con nuestras convicciones.

Los profetas del Antiguo Testamento suplicaban al cielo que lloviera al Salvador, como blanco rocío sobre la tierra seca.

¿No será esa presencia del Señor la que hace falta en el hogar, en la sociedad, en el trabajo?

Nuestro balance arroja quizás muchas derrotas, frustraciones, angustias, desengaños, fracasos, equivocaciones, frente a la Navidad que es llamada a la alegría. Es invitación a reconciliarnos con nosotros mismos, para gozar con entusiasmo de las realizaciones y enmendar nuestros yerros. Para sentir al Señor presente, como amigo, como padre, como quien toma en sus manos las riendas de nuestra existencia.

Navidad es la celebración de una paz que brota en lo interior, al admitir a Dios como centro de nuestras preocupaciones.

Para lograr todo esto, es preciso vigilar, caer en la cuenta de lo que somos: Hijos de Dios.

Seamos cristianos o renunciemos a ese nombre.

Uno de los soldados de Alejandro es conducido ante su trono, por haberse portado cobardemente en la batalla.

El emperador le pregunta: ¿Cómo te llamas?

- Alejandro, responde el soldado.

Entonces el emperador replica enojado: O cambias de nombre, o cambias de conducta.

Una advertencia oportuna para muchos de nosotros.