I Domingo de Adviento, Ciclo B.
San Marcos 13, 33-37:
Llega el Señor

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Mirad, vigilad; pues no sabéis cuando es el momento. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: Velad”.  San Marcos, cap.13.  

En Aviento Dios repite a los hombres que El ha venido a la  tierra y que luego volverá a visitarnos. Por lo cual las lecturas bíblicas insisten: “Mirad, vigilad,  pues no sabéis cuando es el momento. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: Velad”. 

¿Qué puede significar lo del momento? Muchos lo han relacionado con la muerte repentina. Pero un mejor significado lo hace equivaler a aquellas ocasiones en que Dios se nos muestra. El libro del Cantar nos presenta al Señor como ese amado que “salta por los montes, semejante a una gacela, o a un joven cervatillo. Se para detrás de nuestra cerca. Mira por las ventanas, atisba por las rejas”. 

Muchos creyentes pueden asegurar: Un día Dios llegó hasta mi vida, entró en mi interior y todo empezó a cambiar en mi entorno.   

Los judíos dividían la noche en tres vigilias. Los romanos, en cuatro. Y san Marcos, quien escribe para  gentiles, nos dice que el dueño de casa puede llegar al atardecer, a la media noche, al canto del gallo, o a la aurora. Que es preciso mantenernos alerta. Ese dueño de casa es el Señor que vendrá de improviso.    

Sin embargo, ante ese encuentro con Dios, algunos se sienten temerosos. Y su respuesta es la huida. “Tuve miedo, Señor, y me escondí” , dijo Caín después de haber matado a su hermano. “Que no nos hable Yahvé, porque moriremos”,  rogaban los israelitas a Moisés.  

Otro grupo, para esquivar al Señor, se refugia en la superficialidad: Diciembre. Vacaciones. Divertirse es su única meta.  Corre el tiempo y ellos se quedan como aquellos trabajadores, que nadie contrató para la viña: “¿Qué hacéis allí todo el día ociosos?” 

Otros presienten que Dios se acerca, pero procuran posponer la cita. Recordamos la película de Bergman: Un  caballero que volvía de las cruzadas, supo que Dios lo buscaba. Se lo avisó la Muerte. Asustado, la invitó entonces a una playa desierta, para echar una partida de ajedrez. Si ganaba, podría exigir un plazo, que le permitiera llenar su vida de buenas obras.   

Los cristianos conscientes entienden que el mejor modo de esperar a Dios es salir a su encuentro.  El 1955, estando en Nueva York, el padre Theilard de Chardin siente estallar su corazón. Sólo alcanza a decir: “Me voy al que viene” y termina su vida serenamente. 

“Señor nuestro, restáuranos. Que brille tu rostro  y nos salve”. Que llegue a neutra vida y nos transforme. Es la súplica que elevamos en este primer domingo de Adviento. 

Imaginamos a Dios como un sabio restaurador. Conoce el valor de cada pieza. Al fin y al cabo somos su obra maestra. Y con manos de artista enamorado, enmienda todo lo nuestro: Los recuerdos amargos que nos martirizan. Las malas tendencias del corazón. Apaga los rencores. Convierte en experiencia los fracasos. Terminada su paciente tarea, hace brillar su rostro sobre nosotros. Sonríe con amor, porque nos reconoce nuevamente como sus hijos, seguros de vivir  junto a El para siempre. “Señor nuestro, restáuranos”.