II Domingo de Adviento, Ciclo B.
San Marcos 1,1-8: Ocurrió un 6 de agosto

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

Sitio Web

 


“Apareció Juan Bautista, diciendo que debían cambiar de actitud”. San Marcos, cap.1. 

Hoy admiramos la energía atómica, puesta al servicio del progreso. Pero antes no fue así. El 6 de agosto de 1945, una bomba singular cayó sobre la ciudad de Hiroshima, provocando una catástrofe nunca inaudita.  

Paulo VI enseñó que todo ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor. Que nuestra conciencia es un campo de batalla, donde se enfrentan dos inmensos poderes: El Bien y el Mal. Allí se escucha el fragor de las armas y los gritos de los combatientes. 

La alternativa del cristiano consiste en orientar todas sus fuerzas de acuerdo al Evangelio. Somos  hijos de Dios, pero el mal habita en nosotros. Tal vez no ha generado catástrofes que nos señalen como hombres pervertidos. Pero cada día comprobamos nuestra inmensa capacidad de egoísmo, de avaricia, de venganza.   

Al comienzo de su relato, san Marcos pone en el escena al Bautista. Su carta de presentación es aquel texto de Isaías: “Una voz grita en el  desierto: Convertíos. Preparad el camino del  Señor”. Muchos discípulos se acercaban a Juan, reconocían sus culpas y se hacían bautizar. Un signo para expresar su intención de ser distintos.   

El valioso novelista Kazantzakis  nos dice en uno de sus libros: “En nuestros días, la conversión consiste en convivir con los hombres, luchar con los hombres. Acompañar a Cristo todos los días, hasta el Gólgota, para que sea crucificado. Digo: todos los días; no sólo el viernes santo”. 

Bien sabemos que convivir con los demás no es cosa fácil. Muchas veces se nos vuelve hostil la familia, la empresa donde trabajamos, el medio social que nos rodea. Mantener el equilibrio y la generosidad en tales circunstancias equivale a  una conversión admirable. 

Luchar con los hombres es otro ideal cristiano que a muchos atrae, pero que pocos se atreven a ensayar. Cuando alguien escucha a Dios en su interior, se siente movido de inmediato a colaborar con los otros. No importa que se merme nuestra comodidad. No importa que nuestra seguridad se exponga. El sello que garantiza una verdadera conversión es el compromiso fraterno.   

Vendría luego el programa de acompañar a Cristo, todos los días, hasta el Calvario. Seguirlo cuando todo va bien es poca cosa. Imitarlo cuando su cruz nos oprime los hombros, es vida cristiana auténtica. 

Con frecuencia buscamos convertirnos añadiendo actos piadosos  a nuestra vida. Puede servir de algo. Pero la conversión de buena ley brota de adentro.  Aquel día en que yo pongo mi alma desnuda ante el Señor. Cuando comprendo todo lo que El me ha amado. Cuando reconozco mis fallos, entonces empieza a germinar en mi interior un hombre nuevo.   

En Adviento cambiamos de actitud. El mentiroso no vuelve ya a mentir. El iracundo es hoy un hombre manso. El perezoso se ofrece para ayudar a los demás. Todo ello prepara los caminos, por donde llega Dios con su alegría. Esa que ya nadie podrá arrebatarnos.