II Domingo de Pascua o Domingo de la Divina Misericordia, Ciclo B.
San Juan 20,19-31:
El arte de perdonar

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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“Entonces Jesús  exhaló su aliento sobre los discípulos y le dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados”. San Juan, cap. 20. 

De arameo al griego. De allí al latín y luego a nuestros  idiomas nacionales, ha pasado el envío que Jesús hizo a sus apóstoles después de la resurrección: “Como el Padre me envió así yo os envío a vosotros”. San Juan  sitúa la escena al atardecer del día primero de la semana, estando los discípulos encerrados por miedo a los judíos. 

Añade el evangelista que Jesús se presentó ante ellos y luego de saludarlos deseándoles paz, sopló sobre ellos. En las culturas orientales, el aliento significa comunicación de la fuerza personal de alguien. Jesús les entregó entones el poder de perdonar los pecados. Como quien dice: Conmigo podréis vencer el mal, y acercar a los hombres, para que Dios ejerza en ellos ese arte maravilloso del perdón.   

Nosotros de pronto convertimos ese perdón del perdón de Dios,  especialmente en el sacramento de la reconciliación, en un hecho jurídico. Y a la vez instantáneo. Se suspendería el castigo merecido por el pecador y nada más. Pero la reconciliación, a la cual Dios nos llama es algo más. Es un cambio interior, mediante un proceso lento que nos cambia.  

Las palabras “Yo te perdono tus pecados” realizan lo que significan, ha afirmado la teología tradicional. Pero este hecho ha tenido su  prehistoria, desde el momento en que alguien reconoció haberle fallado. Luego relacionamos con Dios este convencimiento. Y al  instante deseamos que aquello no hubiera sucedido. La nostalgia nos invade el corazón y nos sentimos débiles hacia el porvenir.

Por todo ello verificamos la necesidad de una ayuda de lo alto. “ “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”. En esa frase del joven que derrochó su herencia,  se inscribe todo arrepentimiento que tenga sabor cristiano.  

El sacramento de la Reconciliación se ha transformado, a lo largo de la historia cristiana. En un comienzo todas las confesiones eran públicas. Pero recordemos que la Iglesia primitiva era un pequeño grupo,  donde la mayoría vivía su fe a profundidad. 

Sólo podría recibirse el sacramento una vez en la vida, ya que la teología de entonces los señalaba como  única tabla de salvación para quienes hubieran pecaban. Por esto muchos apenas buscaban confesarse en la hora final.  

La confesión frecuente comenzó en años posteriores, cuando los cristianos crecieron en número y decrecieron en calidad. Los monjes que evangelizaron el norte de Europa llevaron a los pueblos las costumbres de sus monasterios, donde el sacramento se celebraba con más frecuencia.  

Pero comprendemos lo importante para un discípulo e Cristo no es confesarse con frecuencia, sino iniciar un camino progresivo de conversión. De lo contrario nos hallaríamos frente a  un signo mágico que nos conmovería el sentimiento, pero en seguida se no nos dirá  gran cosa. 

Cabria aquí además un sentimiento filial hacia el Señor. No solamente nos persona, sino que nos da la seguridad del perdón por un signo visible. Creamos en Dios pero a la vez creámosle a El. Un día dijo: “Hágase la luz”. Otro día, cuando volvemos a El, nos susurra: Hijo, yo te perdono.