I Domingo de Adviento, Ciclo A

El retablo del Adviento

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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"Dijo Jesús: Estad en vela. También vosotros estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre". San Mateo, cap. 24.

Algún pintor famoso podría dibujarnos el retablo del Adviento, para mostrarnos el nacimiento de Dios en Belén, su venida continua a nuestra vida y su llegada al final de los tiempos.

La escena ha de ser en tonos suaves, que nos hablen de ternura y de confianza. Sin mucha luz, que pueda herir a los desalumbrados. Pero el artista destacará, mediante alguna imagen o algún símbolo, la actitud central de los cristianos en este tiempo: Velar, estar preparados.

Adviento es la ocasión para reconocer que Dios puso su tienda entre nosotros. En otras palabras, estrenó un nuevo estilo de relacionarse con los hombres. Un hecho que marca el año cero de la historia en occidente, y es garantía de una continua presencia del Señor entre sus discípulos.

En cada pliegue de nuestra conciencia, en cada recodo del camino, en cada circunstancia, podemos descubrir la cercanía salvadora de Dios. Pero el Evangelio nos advierte que hemos de permanecer vigilantes.

Vigilancia significa evitar que los negocios temporales nos asfixien. 
Vigilancia equivale a vivir la fe de una manera consciente y contagiosa.

Frente a la población actual del mundo los cristianos no somos ninguna mayoría. Pequeña grey apenas, levadura en la masa. De otro lado, la Iglesia como institución, ha perdido significado en muchos ambientes. De ahí la urgencia de ser testigos del Señor Jesús, mediante un anuncio fraterno, transparente y entusiasta.
Pero ¿qué hemos de atestiguar aquí y ahora?. ¿Observancias tradicionales o devociones? Muchas de ellas hoy aparecen como contaminaciones históricas, de importancia accidental.

Hemos de ser testigos del Evangelio, ante el hombre de hoy, "objeto de mil presiones, ansioso de comunidad, decepcionado de tantas promesas incumplidas, escéptico ante toda palabra demasiado solemne. Un hombre, que ya
no pretende construir ninguna torre para subir al cielo, sino tan sólo hacer de la tierra un cielo más o menos habitable".

Para algunos el gran mérito de la Iglesia es haber conservado durante tantos siglos "el deposito de la revelación". Otros desearíamos que la comunidad creyente se calificara, descubriendo modos más eficaces de anunciar a Jesucristo.

Pocos nos piden hoy un esquema teológico que contenga verdades inconmovibles. Tampoco un código de conducta, que ennoblezca la especie y obviamente nos libre de la "condenación  eterna". El hombre actual desea signos,
donde se adivine una razón profunda para seguir luchando. Señales donde 
el amor enseñado por Jesús, se trasluzca de forma generosa e irrefutable.

Entonces recordamos que hubo en Belén unos pastores que vigilaban en la noche. Permanecían despiertos. Fueron luego al portal, encontraron a Dios hecho niño y salieron a contar enseguida todo lo que habían visto. Así hemos de hacer nosotros, mientras algunos anuncian mil catástrofes y otros pregonan que el mundo actual ya no tiene remedio.

San Pablo un día escribió a Tito, su discípulo: "Ha aparecido la bondad de Dios que trae salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y los deseos mundanos y a llevar desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: La aparición gloriosa del gran Dios y salvador nuestro Jesucristo".