Les presento a Juan

Domingo II de Adviento, Ciclo A

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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"Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea predicando: Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos". San Mateo, cap. 3.

Hijo de Zacarías e Isabel. Él, sacerdote de templo de Jerusalén, dueño de una modesta granja en Judea. Ella, ama de casa y mujer ya madura. Edad: Apenas unos meses mayor que Jesús. 
Aspecto físico: Más bien desaliñado, al estilo de los pastores nómadas. San Mateo nos precisa su atuendo: 
Túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero. Su menú: Saltamontes y miel silvestre, el mismo que hoy aprovechan los beduinos. Temperamento:
Hombre sincero y libre. Al cumplir sus veinte años se hubiera presentado al sanedrín, para suceder a su padre en el templo. Pero la institución no le atraía. Prefirió ser profeta. 
Lo habían sido Judas el Galileo, fundador de los zelotes, Teudas y otros más. Sin embargo el método de Juan, así fuera directo y exigente, no invitaba a la revuelta contra los romanos, sino a la conversión interior. Juan comprendió que el Mesías ya estaba próximo, sobre lo cual recibiría algún signo. "Fue dirigida la 
palabra de Dios a Juan", apunta san Lucas.

Su predicación es concreta y tajante. A cada paso cita al profeta Isaías: "El Señor aventará la paja y reunirá el trigo en el granero". "Ya el hacha toca la base de los árboles y aquel que no de fruto será echado al fuego".

No está para componendas con quienes engañan al pueblo. Muchos fariseos 
y saduceos van a buscarlo y él los recibe con esta perla: "Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente?".

San Lucas, por su parte, pone en escena al Precursor, luego de enumerar los siete grandes de ese tiempo:
Tiberio César, el emperador. Poncio Pilato, procurador de Judea. 
Herodes, tetrarca de Galilea. Su hermano Filipo, gobernante de otras zonas, lo mismo que Lisanias en Abilene. 
Anás y Caifás, pontífices aquel año.

Sin embargo a ninguno de ellos pide el Señor anunciar su llegada, sino al hijo de Zacarías. Sobre la margen izquierda del Jordán, junto al camino que va a Oriente, Juan invita a sus oyentes a la conversión.

Las cosas importantes de la vida no pueden definirse. Únicamente se describen. Así sucede con el Reino de los Cielos, en expresión de san Mateo, quien evita pronunciar el nombre sagrado de Dios.

Este Reino consiste en la realización de todas aquellas utopías que cultivamos en el corazón. Será un estado, donde la comunidad humana se ajustará del todo a los planes de Dios. 
Sin embargo tal ideal exige, para llegar hasta nosotros, una condición indispensable: Convertirnos.

¿Pero qué es convertirse? Algún autor explica: Para mí la conversión no es otra cosa que soltar las amarras.

Viene al caso esta historia: Érase una linda cometa, que pasó muchos meses atada sobre el césped del parque.
Los transeúntes la miraban con deseos de invitarla a volar, pero ella continuaba prisionera. Cierto día un viento recio sacudió su cuerpo multicolor. Se estremeció de miedo, pero enseguida sintió que ya era libre.
Corrió entonces veloz, hasta que un niño la alcanzó, abrazándola cariñosamente. Y así pudo remontar las alturas.

La conversión cristiana propicia nuestro encuentro con el Niño de Belén.