Aquel profeta incómodo

Domingo II de Adviento, Ciclo B

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Juan bautizaba en el desierto, predicando que se convirtieran. Y acudían muchas gentes de Judea y de Jerusalén y él los bautizaba en el Jordán”. San Marcos, cap.1. 

Sin más presentaciones, san Marcos coloca de una vez al Bautista en el desierto. El hijo de Zacarías e Isabel, pariente cercano de Jesús, tendría entonces unos treinta años. Los evangelistas señalan que “se alimentaba de saltamontes y miel silvestre”. No era sin embargo su figura, vestida de piel de camello como los beduinos de hoy, la que impresionaba a sus oyentes, sino el estilo de su predicación, directa, tajante, sincera: Convertíos.

Tiempos difíciles aquellos en que aparece Juan. Tiempos de opresión y de angustia. Con toda razón habían surgido muchos que se proclamaban profetas, llamando a la rebeldía contra Roma. Pero Juan era distinto. No insinuaba violencia contra nadie. Invitaba a sus oyentes a transformarse desde lo interior, ante la proximidad del Mesías. Y a quienes se interesaban por su discurso, los sumergía en las aguas del vecino Jordán. 

Pero el Precursor era un profeta incómodo para las autoridades de Jerusalén. Sentían que minaba su aparato político y religioso, contaminado por la corrupción. 

También el Bautista incomoda hoy a muchos, al predicar la conversión en estas fechas de alegría navideña. Y no hemos comprendido de modo suficiente la relación entre convertirnos y ser más felices. 

Olvidamos que la enseñanza más alta de Jesús fue el discurso de las Bienaventuranzas. Allí nos invita a una vida equilibrada y sobria. Lo cual coincide con el reino de Dios entre nosotros. Y esto mismo es el programa del Adviento para los discípulos del Señor. Un proyecto de purificación. De realización personal y comunitaria.

Muchos se quejan porque la transformación del mundo no es tan rápida y visible como su impaciencia lo desea. Pueden tener razón. Pero si evaluamos más despacio el transcurrir de la historia, vemos que muchos nos vamos convirtiendo paso a paso. 

La acción de Dios es silenciosa como el geminar de las semillas. Igual a la manera como las piedras preciosas cristalizan en la montaña. Bastaría entonces mirar de más arriba y contemplar innumerables maravillas. 

Hubo una vez un médico que decidió atender a sus pacientes de manera más cálida y paciente. Un padre de familia que en diciembre resolvió dejar el licor. Una joven que se propuso regresar a los sacramentos. Un empresario que puso un tope a sus ganancias, para compartir con los necesitados. Alguien que fue capaz de limpiar de rencores todo su corazón. Unos niños que entregaron sus mejores juguetes para los pobres. 

Hubo una familia que quiso celebrar la Navidad en un compartir, más de valores que de cosas. Y muchos enfermos, que al pensar en Jesús, sintieron su presencia amable y bienhechora. 

Todas estas formas de conversión aumentaron de forma notable de felicidad que esparce la tierra, en su rumbo por el espacio. Como lo quiso Dios desde el principio. 

Nos dice una leyenda que el Niño Dios encargó a uno de los pastores, recibir los regalos que llegaban al portal y presentar los oportunos agradecimientos. Para recompensar su oficio le obsequió largos años de vida. 

A él podríamos entregarle el valioso regalo de nuestra conversión para el “Dios-con-nosotros.

Preguntar por Eliud, en las colinas de Belén.