Traducción simultánea

Domingo III de Adviento, Ciclo C

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“En aquel tiempo la gente preguntaba a Juan: ¿Entonces qué hacemos?. Él respondió: Quien tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene. Y el que tenga comida, que haga lo mismo”. San Lucas, cap. 3.


“Un hombre hirsuto, vestido con velluda piel, ceñida a los lomos por un cinturón de cuero”. Así dibuja el Libro de los Reyes al profeta Elías. Con razón muchos creyeron que éste había regresado, cuando encontraron a Juan en el desierto.

Allí acudían, en medio de una turba anónima, saduceos, fariseos y levitas. También algunos sacerdotes del templo. Agentes del fisco, mal vistos por todo el pueblo y soldados que probablemente no eran romanos, sino reclutas venidos de otras provincias.

Este nuevo profeta se mostraba como un líder auténtico: Ante la multitud era adusto, severo, vehemente. Pero cuando alguien lo abordaba, la ternura le envolvía el corazón. Para todos tenía un mensaje claro, práctico y concreto. El hombre sabio intuye que al ideal sólo se asciende por modestos peldaños.

Le decía a la gente: “El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene. Y el que tenga comida que haga lo mismo”. Y a los publicanos: “No exijáis más de lo establecido”. A los militares: “No hagáis extorsión a nadie, no os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga”.

Venían tantos a verle que las autoridades de Jerusalén comenzaron a preocuparse: ¿Sería éste otro falsario que engañaba a las turbas? Pero algunos, de corazón sincero, afirmaban que Juan era el Mesías. Sin embargo él se encargó de disuadirlos señalando que su bautismo era de agua. Alguien vendría después para bautizarlos “con Espíritu y fuego”.

Cuando san Lucas escribe este párrafo ya habían ocurrido los signos de Pentecostés: El viento impetuoso y las lenguas encendidas que bajaron del cielo. Un hecho asimilado por las primeras comunidades, que lograron entonces distinguir entre el rito exterior del agua y una vida según el evangelio. La cual se simboliza en bautismo de Espíritu y de fuego.

Podríamos entonces comprender los diversos niveles de vida cristiana, de acuerdo a los grados académicos que usamos. Ingresamos a preescolar al mantener una idea vaga de Dios, aunque pocas veces contemos con él de forma expresa. Vendría luego un nivel de primaria, donde avanzan quienes han recibido algunos sacramentos, celebrados más como un rito social que por opción religiosa. En secundaria estarían los que comprenden la razón de los mandamientos y se esfuerzan por vivir al estilo de Jesús. Universitarios en sentido cristiano, serían sólo aquellos que han asimilado los consejos evangélicos. Orientaciones del Señor para todo discípulo, de acuerdo a su estado y condición. Pero un master en cristianismo solamente lo obtiene quien descubre “el espíritu de las Bienaventuranzas” y desde ellas, alcanza un estado de equilibrio y de felicidad.

Valdría la pena que el Bautista hiciera una traducción simultánea de su mensaje, para nuestras circunstancias de hoy. Entenderíamos que la sustancia del Adviento es cambio interior frente a un Dios que se hizo igual a nosotros, para explicarnos que nos ama. Honradez y además capacidad de compartir con los necesitados. ¿Sí estaremos bautizados con Espíritu y fuego?.

Todo esto corresponde al comentario que le escuchamos a un obispo: ¡Es una lástima. Cómo se desperdicia el agua en los bautisterios!.